HISTORIA DE UN ALMA
Cap. IX
5. (…) Al compararme con los santos, también he comprobado siempre que entre ellos y yo existe la misma diferencia que advertimos en la naturaleza entre una montaña cuyos picachos se ciernen en las nubes y el grano de arena sin relieve, hollado por los peatones.
Pero en lugar de dasanimarme me he dicho: (…)
Vivimos en un siglo de inventos: ahora no es preciso subir los peldaños de una escalera (…) Yo también quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy muy pequeñita para subir la escala de la perfección.
Por eso busqué en los libros santos la sugerencia del ascensor, ideal de mis deseos: y leí estas palabras dichas por la boca de la misma Sabiduría eterna: “si alguno es niño que venga a Mí” (Prov.,IX,4). Me llegué, pues a Dios, convenciéndome de que había descubierto lo que buscaba. Deseando aún saber lo que sucedería al pequeñuelo, proseguí mis investigaciones y he aquí que está escrito:
“Así como una madre acaricia a su hijo, te consolaré, te recostaré en mi seno y te meceré en mi regazo” (Isaías, LXVI,12,13)
6. (…) El ascensor que debía elevarme hasta el cielo eran tus brazos, ¡Jesús! Por lo tanto, no tengo necesidad de auparme; lo que necesito es permanecer pequeña, serlo cada vez más.
Teresa del niño Jesús y de la Santa Faz
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