miércoles, 29 de junio de 2011

Edgar Allan Poe



¿Deseas que te amen? No pierdas, pues,
el rumbo de tu corazón.
Sólo aquello que eres has de ser
y aquello que no eres, no.
Así, en el mundo, tu modo sutil,
tu gracia, tu bellísimo ser,
serán objeto de elogio sin fin
y el amor… un sencillo deber.

Edgar Allan Poe: ¿Deseas que te amen?

martes, 28 de junio de 2011

Roberto Juarroz


Desconocer que el río es una espada
y que las cosas sueñan sueños propios
es ignorar que aquí,
junto a nuestra mirada,
existe otra:
la mirada recóndita del mundo.

Cuando se la descubre,
la vida se da vuelta como un guante
que devuelve la mano que encerraba
y el tacto liberado
toca por vez primera cuanto existe.

La realidad es un tiempo doblado
que es preciso desdoblar como una tela
de singular delicadeza
para encontrar adentro
otra mano que aguarda.


Roberto Juarroz: Poema Décimotercera Poesía Vertical (41)

lunes, 27 de junio de 2011

Asâdh (Junio-Julio)


En Asâdh el sol abrasa los cielos
y la tierra arde como un horno.
Las aguas entregan sus vapores al calor implacable;
así el país no deja de cumplir su destino.

El carruaje del sol
se alza en las cumbres de las montañas;
el cicada canta en el claro del bosque
mientras las sombras ocupan la tierra.

Mi Amado es como la brisa del atardecer;
mi vida y su fin
dependen de la voluntad del Señor.
Oh Nanak,
a Él entrego mi alma.

Guru Nanak

viernes, 3 de junio de 2011

Patti Hearst



Patti era una niña de papá. Como prácticamente todas y todos los niños de papá y de mamá, en el mal sentido de la palabra. Ser un niño así supone que tus progenitores no te ven ni te tratan como un ser humano igual a ellos, sino que lo hacen como si fueras un objeto cuya única función y cuyo único sentido es proyectarlos en el mundo de la manera más satisfactoria para su egos.

Patti no sabía quién era porque nunca se había visto con sus ojos, nunca se lo habían permitido. Sólo lo había hecho a través de los ojos de los demás. Como un perro atado a una corta cadena día y noche, lo único propio que tenía era su rabia. No se amaba, porque para amar, para amarse, debe haber una relación, un re-conocimiento. No amaba a nadie porque ella no era nadie o, sencillamente, ella no estaba allí. Y eso no se lo podía perdonar ni a sí misma ni a sus padres. Su síndrome de Estocolmo no empezó cuando fue secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación (SLA), sino cuando nació.

Aquel cuatro de febrero de 1.974 me hubiera gustado decirle a Patti que nunca es culpa de un niño lo que hace un adulto. Que no se tratase tan duramente, que la niña que fue, no lo merecía ni lo merece. Ningún niño lo merece. Que fuera a buscar a esa niña, la tomara de la mano y le dijera que ya había pasado todo. Que ella estaba allí para cuidarla, para apartar todas las pesadillas y todos los miedos. Para no permitir que nadie le volviera a hacer lo mismo. Le diría a Patti que hoy podía empezar a ser la adulta que le hubiese gustado cuidara de la niña que un día fue. Y para estar definitivamente en paz, que pensara en sus padres como los niños que también fueron, y los adultos en los que se habían convertido. Esos adultos que no pudieron o no supieron amarla a ella, a quien ella era, a quien ella es. Que los perdonase. Sencillamente, que los amase lo suficiente para devolverles todo lo que era de ellos, con lo que ella cargaba sin pertenecerle. Como todos, ellos son responsables de su vida, ellos son los que deben resolverla; y si les alcanzase la muerte sin haberlo hecho, igualmente es su responsabilidad, igualmente ellos son ellos y uno debe ser uno mismo, porque si no ¿quién lo será? Es la única forma en la que declinaremos la invitación a reproducir el siniestro baile en el círculo infernal.

Dejemos definitivamente que los muertos entierren a los muertos y vivamos la vida. La única que tenemos, la nuestra.

A. G.