viernes, 18 de junio de 2010

Una historia fantástica. El amor contado a los niños



















Leer el ebook: http://www.sexologiaenincisex.com/contenidos/cuento/


Ebook con un Cuento para niños basado en el relato de los "seres cortados" de Aristófanes que aparece en «El Banquete» de Platón. Es la historia fantástica de Eros y Sexus, el amor y el sexo. El cuento es bonito y los niños lo entienden a la primera.

Las «Notas» después del relato en realidad no son tales, son otro librito imprescindible, con reflexiones y explicaciones psicológicas y filosóficas para que los adultos entendamos lo que dice el cuento.


Incisex. E. Amezúa y N. Foucart
: Una historia fantástica. El amor contado a los niños.

jueves, 17 de junio de 2010

Dur an Ki: Cielo y Tierra

















Paralelamente a la creación arcaica en los arquetipos celestes de las ciudades y de los templos, encontramos otra serie de creencias más copiosamente atestiguadas aún por documentos, y que se refieren a la investidura del prestigio del "Centro". El simbolismo arquitectónico del Centro puede formularse así:
a) la Montaña Sagrada -donde se reúnen el Cielo y la Tierra- se halla en el centro del Mundo;
b) todo templo o palacio -y, por extensión, toda ciudad sagrada o residencia real- es una "montaña sagrada", debido a lo cual se transforma en Centro;
c) siendo un Axis mundi, la ciudad o el templo sagrado es considerado como punto de encuentro del Cielo con la Tierra y el Infierno.
Algunos ejemplos ilustrarán los símbolos precedentes:
A) En las creencias hindúes, el monte Meru se levanta en el centro del mundo, y debajo de él brilla la estrella polar. Los pueblos uraloaltaicos conocen también un monte central, Sumeru, en cuya cima está colgada la estrella polar. Según las creencias iranias, la montaña sagrada, Haraberezaiti (Elburz) se halla en medio de la Tierra y está unida al Cielo. Las poblaciones budistas de Laos, en el norte de (Tailandia), Siam, conocen el monte Zinnalo, en el centro del mundo. En el Edda, Himingbjörg es, como su nombre lo indica, una "montaña celeste", es ahí donde el arco iris (Bifröst) alcanza la cúpula de los cielos.
Análogas creencias se encuentran entre los finlandeses, los japoneses, etc. Recordemos que para los semang de la península de Malaca, en el centro del mundo se alza una enorme roca, Batu-Ribn; encima se halla el Infierno. Antaño, sobre Batu-Ribn, un tronco de árbol se elevaba hacia el cielo. El infierno, el centro de la tierra y la "puerta" del cielo se hallan, pues, sobre el mismo eje, y por ese eje se hacía el pasaje de una región cósmica a otra. Se vacilaría en creer en la autenticidad de esta teoría cosmológica entre los pigmeos semang si no hubiese razones para admitir que la misma teoría ya estaba esbozada en la época
prehistórica. En las creencias mesopotámicas, una montaña central reúne el Cielo y la Tierra; es la "Montaña de los Países", que une entre sí los territorios. El ziqqurat era propiamente hablando una montaña cósmica, es decir, una imagen simbólica del Cosmos; los siete pisos representaban los siete cielos planetarios (como en Borsippa) o los siete colores del mundo (como en Ur).
El monte Thabor, en Palestina, podría significar tahbür es decir,"ombligo", omphalos.32 El monte Ge-rizim, en el centro de Palestina,estaba sin duda alguna investido del prestigio del Centro, pues se lo llama "ombligo de la tierra" (tabbúr eres; cf. Jueces, IX, 37:"... Mira qué de gente desciende de en medio de la tierra"). Una tradición recogida por Peter Comestor dice que, en el momento del solsticio de verano, el sol no hace sombra a la "Fuente de Jacob" (cerca de Geri-zim). En efecto, precisa Comestor, sunt qui dicunt lo-cum illumesse umbilicum terrea nostrae habitabilis. La Palestina, por constituir el país más elevado -puesto que estaba cerca de la cima de la montaña cósmica-, no fue sumergida por el Diluvio. Un texto rabínico dice: "La tierra de Israel no fue anegada por el diluvio". Para los cristianos, el Gólgota se hallaba en el centro del mundo, pues era la cima de la montaña cósmica y a un mismo tiempo el lugar donde Adán fue creado
y enterrado. Y así, la sangre del Salvador cae encima del cráneo de Adán, inhumado al pie mismo de la Cruz, y lo rescata." La creencia según la cual el Gólgota se encuentra en el centro del Mundo se ha conservado hasta en el folclore de los cristianos de Oriente (por ejemplo entre los de Rusia Menor).
B) Los nombres de los templos y de las torres sagradas babilónicos son testimonio de su asimilación a la montaña cósmica: "Monte de la Casa", "Casa del Monte de todas las tierras", "Monte de las Tempestades", "Lazos entre el Cielo y la Tierra", etcétera. Un cilindro del tiempo del rey Gudea dice que "la cámara (del dios) que él (el Rey) construyó era igual al monte cósmico". Cada ciudad oriental se hallaba en el centro del mundo. Babilonia era una Bab-ilani, una "puerta de los dioses", pues ahí era donde los dioses bajaban a la tierra. En la capital del soberano chino perfecto, el gnomon no debe hacer sombra el día del solsticio de verano a mediodía. Dicha capital se halla, en efecto, en el
Centro del Universo, cerca del árbol milagroso "Palo enhiesto" (kien mu), donde se entrecruzan las tres zonas cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno. El templo de Barabudur es también una imagen del Cosmos, y está construido como una montaña artificial (como lo eran los ziqqurat). Al escalarlo, el peregrino se acerca al Centro del Mundo y, en la azotea
superior, realiza una ruptura de nivel, trascendiendo el espacio profano, heterogéneo, y penetrando en una "región pura". Las ciudades y los lugares santos están asimilados a las cimas de las montañas cósmicas.
Por eso Jerusalén y Sión no fueron sumergidas por el Diluvio. Por otro lado, según la tradición islámica, el lugar más elevado de la tierra es la Kaaba, porque "la estrella polar testimonia que se halla frente al centro del Cielo".40C) En fin, como consecuencia de su situación en el centro del Cosmos, el templo o la ciudad sagrada son siempre el punto de
encuentro de las tres regiones cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno. Dur-an-ki, "lazo entre el Cielo y la Tierra", era el nombre de los santuarios de Nippur, Larsa y sin duda Sippar. Babilonia tenía multitud de nombres, entre los cuales se cuentan: "Casa de la base del Cielo y de la Tierra", "Lazo entre el Cielo y la Tierra". Pero siempre era en Babilonia donde se cumplía el enlace entre la Tierra y las regiones inferiores, pues la ciudad había sido construida sobre bab-apso, la "Puerta de apsu";" apsu designa las aguas del Caos anterior a la Creación. Encontramos esa misma tradición entre los hebreos. La roca de Jerusalén penetraba profundamente en las aguas subterráneas (tehom). En la misma se dice que el Templo se encuentra justo encima de tehom (equivalente hebraico de apsu). Y así como Babilonia tenía la "puerta de apsu", la roca del Templo de Jerusalén cerraba la "boca de tehom".

Mircea Eliade: El mito del eterno retorno

El descenso y la copa



















(…) Antes nos gustaría reunir todas las imágenes que vienen a girar alrededor del simbolismo del pez, por un lado, gracias al estudio minucioso que hizo Griaule del papel de un pez Senegalés, el siluro Clarias senegalensis, en los mitos de la fecundidad y la procreación, y, por el otro, gracias al isomorfismo ictiológico puesto de manifiesto por Soustelle en la mitología del antiguo México.

El africanista observa que el pez, y generalmente el pez de especie pequeña, es asimilado a la semilla por excelencia, la de la digitaria. Entre los dogones, el siluro es considerado como un feto: «La matriz de la mujer es como una segunda charca en la que se pone el pez», y durante los últimos meses del embarazo el niño “nada” en el cuerpo de su madre. De aquí proviene un ritual de nutrición del feto por los peces consumidos por la madre. La fecundación también es producto del siluro que “se hace una bola” en el útero de la madre; la “pesca del siluro” es comparada con el acto sexual, donde el marido atrae con su sexo. Por lo tanto, el siluro será asociado a todo ritual de la fecundidad, tanto del nacimiento como del renacimiento funerario: el muerto es vestido con ropas (gorro, mordaza bucal) que simbolizan el pez original. (…) Entre los dogones las mujeres utilizaban antaño las clavículas” del siluro como escarpidores y las pinchaban en su pelo como peinetas; así, la mujer era asimilada en su totalidad a un pez: sus orejas adornadas serían los oídos y las perlas rojas que adornan las aletas de su nariz, los ojos; los anzuelos para atrapar al pez eran simbolizados por el anillo fijado al labio inferior de la mujer.

Entre los antiguos mexicanos, por su parte, Soustelle pone de manifiesto un muy notable isomorfismo polarizado en torno al símbolo del pez. El pez se encuentra en relación con el oeste, a la vez país de los muertos, “puerta del misterio”; pero también “Chalchimichuacán”, “el lugar de los peces de piedra preciosa”, o sea, país de la fecundidad en todas sus formas, “lado de la mujer” por excelencia, de la diosa madre. En Michuacán, en el país de los peces se encuentra Tamoanchán, el Jardín Interior irrigado donde reside Xochiquetzal, la Diosa de las Flores y el Amor.

Gilbert Durand: Las estructuras antropológicas del imaginario

miércoles, 16 de junio de 2010

Con los ojos cerrados...
















Con los ojos cerrados,
he abierto una ventana

la leche que ya humea en la cazuela
el vacío caliente que dejas en las sábanas
una mujer que cruza a tientas
y sin reconocerte te acaricia

ignoran
que marchan a tu lado

no saben
que existe una ventana
ni que vuelves
del camino a tu sueño

Esperanza Ortega: Mudanza. 1994

martes, 15 de junio de 2010

De los aduladores



















Un buen amigo mío, a quien tengo por hombre juicioso y no de escaso ingenio, suele repetir que cuando alguien empieza a halagar tu vanidad un punto más allá de lo que podría ser considerado razonable; cuando, súbitamente, parece adorarte; considera oportuno todo lo que haces; ingenioso todo lo que dices, y, en suma, no para mientes en ponderar las supuestas virtudes y excelencias que te adornan, no está de más que comiences por preguntarte qué quiere. Yo estoy de acuerdo. Creo que el interés es, no ya el más importante, sino probablemente también el único resorte de la adulación. (...)

En nuestra lengua se define la adulación como «el acto de halagar interesadamente». Lo mismo que hace muchos siglos ya había concluido Teofrasto: «Se podría definir la adulación –-leemos en los Caracteres– como un trato indigno, pero ventajoso para quien lo practica.»

Ahora bien, es importante advertir que la adulación no consiste en un solo vicio o maldad, sino que, por su propia naturaleza, únicamente puede conformarse mediante la colaboración de varios: fingimiento, mentira y deslealtad son algunos de los principales. Se puede, ciertamente, ser desleal sin adular, pero no cabe ser adulador sin incurrir en deslealtad, y otro tanto ocurre con el mentir o el fingir: en su ejercicio no necesitan de la adulación, pero la adulación no sólo los necesita, sino que no puede darse sin ellos. (...)

Acertadamente observaba Quevedo que: «Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada.» Y esto es así, seguramente, porque toda adulación descansa sobre cimientos de envidia y de resentimiento; envidia de lo que el otro posee, y resentimiento por tener que adular para obtener el favor que se desea. El adulador no sólo desprecia a quien adula, sino que se desprecia también a sí mismo por lo que hace («El adulador –decía La Bruyère– nunca piensa bien de sí mismo ni de los demás»). (...)

Catedrático conozco de esta venerable Universidad de Oviedo que tras acceder a tal dignidad académica (mediante el favor, por supuesto: difícilmente lo hubiera logrado de otro modo), no pudo contenerse, y aguijoneado por los efectos de una copiosa comida, regada más que generosamente, exclamó: « ¡Ahora ya no tengo que lamer el culo a nadie!» (Sí, es cierto: además de adulador es tonto)(...). A mi no me extraña que en el infierno de Dante los aduladores tengan su lugar propio en un pozo lleno de excrementos: para quien ha pasado la vida lamiendo culos, qué lugar mejor para pasar la eternidad que un montón de mierda. Con Bacon, me hallo firmemente persuadido de que la adulación es la bajeza más vergonzosa.

Obviamente, resulta prácticamente innecesario subrayar que la adulación es la antítesis de la amistad: en el adulador no hay cariño real ni admiración sincera hacia el adulado, sino más bien (como ya se ha apuntado) envidia y resentimiento. El adulador es un parásito que permanece unido a su víctima mientras ésta le suministra alimento, y cuando la fuente se agota, se apresura a saltar de improviso sobre las espaldas de otro desprevenido. No es, por ello, gran descubrimiento el de Séneca cuando afirma que: «Quien haya sido admitido por utilidad, placerá mientras sea útil (...) Quien comience a ser amigo por conveniencia, acabará de serlo también por conveniencia.» Algo en lo que también insiste Cicerón: «Si el provecho es la causa de la amistad, el provecho la destruirá.» En realidad, la amistad no puede propiamente destruirse, porque la verdad es que nunca existió. Sucede, simplemente, que acabada la utilidad, el adulador muestra su verdadero rostro, se descubre como lo que nunca dejó de ser: un completo miserable.(...)

Mas, ¿qué decir del adulado? Pues que si bien es cierto que nadie está libre de tropezarse con un adulador, ni tampoco de enmarañarse en las sutiles redes de su venenoso canto, no lo es menos que quienes más sensibles resultan al falso halago, siendo, por tanto, más proclives a encontrarse a merced del adulador, son aquellos de natural soberbio y vanidoso. Como dice Espinosa: «El soberbio ama la presencia de los parásitos o aduladores y odia, en cambio, la de los generosos.» Sin dejar de mostrarme de acuerdo, yo opino, sin embargo, que para el adulador es víctima más fácil quien peca de vanidad que de soberbia, porque, después de todo, al vanidoso los halagos recibidos jamás le parecerán exagerados, sino verdad justísima y acertada. Mark Twain lo expresaba irónicamente: «Uno no sabe nunca cómo responder a un cumplido –dice–. Yo los he recibido innumerables veces y siempre me hacen sentirme incómodo..., siempre me quedo con la impresión de que se han quedado cortos». Pero completamente en serio lo dice F. de la Rochefoucauld cuando escribe que: «La adulación es una falsa moneda que sólo circula gracias a nuestra vanidad.» Y mucho antes que él, Cicerón defendía la misma idea, asegurando que: «Aquel que presta más oído a las lisonjas es el mismo que es más dado a halagarse a sí mismo y que más se deleita en su persona.» No estoy, en cambio, tan seguro de que, como afirma Kant, al «orgullo (...) basta adularle para tener, gracias a esta pasión del necio, poder sobre él». Pero en cualquier caso, tenemos que serían tres los temperamentos en los que el adulador encontrará un terreno más favorable para sembrar su ponzoña, aunque yo no dudaría en conceder el primer lugar al vanidoso, frente al soberbio y aún más frente al orgulloso.(...)

Y si me viera forzado a elegir, antes preferiría tener enemigos que aduladores, porque la enemistad no es incompatible con cierta nobleza, pero en la adulación (y en la enemistad nacida frecuentemente de ella) sólo ruindad se encuentra.

Alfonso Fernández Tresguerres: De los aduladores

sábado, 12 de junio de 2010

De los poetas















Desde que conozco mejor el cuerpo - dijo Zaratustra a uno de sus discípulos -el espíritu no es ya para mí más que un modo de expresarse; y todo lo ‘imperecedero’ - es también sólo un símbolo.
Esto ya te lo he oído decir otra vez, respondió el discípulo; y entonces añadiste: ‘mas los poetas mienten demasiado’. ¿Por qué dijiste que los poetas mienten demasiado?
¿Por qué?, dijo Zaratustra. ¿Preguntas por qué? No soy yo de esos a quienes sea lícito preguntarles por su porqué.
¿Es que mi experiencia vital es de ayer? Hace ya mucho tiempo que he vivido las razones de mis opiniones.
¿No tendría yo que ser un tonel de memoria si quisiera tener conmigo también mis razones?
Ya me resulta demasiado incluso el retener mis opiniones; y más de un pájaro se escapa volando.
A veces encuentro también en mi palomar un animal que ha venido volando y que me es extraño, y que tiembla cuando pongo mi mano sobre él.
Sin embargo, ¿qué te dijo en otro tiempo Zaratustra? ¿Que los poetas mienten demasiado? - Más también Zaratustra es un poeta.
¿Crees, pues, que dijo entonces la verdad? ¿Por qué lo crees?
El discípulo respondió: «Yo creo en Zaratustra». Mas Zaratustra movió la cabeza y sonrió.
La fe no me hace bienaventurado, dijo, y mucho menos, la fe en mí.
Pero en el supuesto de que alguien dijera con toda seriedad que los poetas mienten demasiado: tiene razón, -nosotros mentimos demasiado.
Nosotros sabemos también demasiado poco y aprendemos mal: por ello tenemos que mentir.
¿Y quién de entre nosotros los poetas no ha adulterado su propio vino? Más de una venenosa mixtura ha sido fabricada en nuestras bodegas, y más de una cosa indescriptible se ha hecho en ellas.
Y como nosotros sabemos poco, nos gustan mucho los pobres de espíritu, ¡especialmente si son mujeres jóvenes!
Hasta codiciamos las cosas que las viejas se cuentan por las noches. A eso lo llamamos lo eterno-femenino que hay en nosotros.
Y como si hubiese un acceso secreto al saber, que queda obstruido para quienes aprenden algo: así nosotros creemos en el pueblo y en su «sabiduría».
Y todos los poetas creen esto: que quien, tendido en la hierba o en repechos solitarios, aguza los oídos, ése llega a saber algo de las cosas que se encuentran entre el cielo y la tierra.
Y si a ellos llegan delicados movimientos, los poetas opinan siempre que la naturaleza misma se ha enamorado de ellos:
Y que se desliza en sus oídos para decirles cosas secretas y enamoradas lisonjas: ¡de ello se glorían y se envanecen ante todos los mortales!
¡Ay, existen demasiadas cosas entre el cielo y la tierra con las cuales sólo los poetas se han permitido soñar!
Y, sobre todo, por encima del cielo: ¡pues todos los dioses son un símbolo de poetas, un amaño de poetas!
En verdad, siempre somos arrastrados hacía lo alto - es decir, hacia el reino de las nubes: sobre éstas plantamos nuestros multicolores peleles y los llamamos dioses y superhombres:
¡Pues son justamente bastante ligeros para tales sillas! -todos esos dioses y superhombres.
¡Ay, qué cansado estoy de todo lo inaccesible, que debe ser de todos modos acontecimiento! ¡Ay, qué cansado estoy de los poetas!

Cuando Zaratustra dijo esto su discípulo se enojó con él, pero calló. También Zaratustra calló; y sus ojos se habían vuelto hacia dentro, como si mirasen hacia remotas lejanías. Finalmente suspiró y tomó aliento.
Yo soy de hoy y de antes, dijo luego; pero hay algo dentro de mí que es de mañana y de pasado mañana y del futuro.
Me he cansado de los poetas, de los viejos y de los nuevos: superficiales me parecen todos, y mares poco profundos.
No han pensado con suficiente profundidad: por ello su sentimiento no se sumergió hasta llegar a las razones profundas.
Un poco de voluptuosidad y un poco de aburrimiento: eso ha sido la mejor incluso de su reflexiones.
Un soplo y un deslizarse de fantasmas me parecen a mí todos sus arpegios; ¡qué han sabido ellos hasta ahora del ardor de los sonidos!
No son tampoco para mí bastante limpios: todos ellos ensucian sus aguas para hacerlas parecer profundas.
Con gusto representan el papel de conciliadores: ¡mas para mí no pasan de ser mediadores y enredadores, y mitad de esto y mitad de aquello, y gente sucia!
Ay, yo lancé ciertamente mi red en sus mares y quise pescar buenos peces; pero siempre saqué la cabeza de un viejo dios.
El mar proporcionó así una piedra al hambriento. Y ellos mismos proceden sin duda del mar.
Es cierto que en ellos se encuentran perlas: pero tanto más se parecen ellos mismos a crustáceos duros. Y en lugar del alma he encontrado a menudo en ellos légamo salado.
También del mar han aprendido su vanidad: ¿no es el mar el pavo real de los pavos reales?
Incluso ante el más feo de todos los búfalos despliega él su cola, y jamás se cansa de su abanico de encaje hecho de plata y seda.
Ceñudo contempla esto el búfalo, pues su alma prefiere la arena, y más todavía la maleza, y más que ninguna otra cosa, la ciénaga.
¡Qué le importan a él la belleza y el mar y los adornos del pavo real! Ésta es la parábola que yo dedico a los poetas.
¡En verdad, su espíritu es el pavo real de los pavos reales y un mar de vanidad!
Espectadores quiere el espíritu del poeta: ¡aunque tengan que ser búfalos!
Mas yo me he cansado de ese espíritu: y veo venir el día en que también él se cansará de sí mismo.
Transformados he visto ya a los poetas, y con la mirada dirigida contra ellos mismos.
Penitentes del espíritu he visto venir: han surgido de los poetas.

Friedrich Nietzsche: Así hablo Zaratustra.