Revelaciones del amor divino (LIX, LXXXVI).
Es una característica de Dios hacer que el bien venza el mal.
Por tanto Jesucristo venció también Él, con el bien, el mal; es nuestra verdadera Madre: nosotros recibimos nuestro “Ser” de Él - y aquí inicia Su Maternidad - y con ella la dulce Protección y Custodia del Amor que nunca dejará de circundarnos.
Como es verdad que Dios es nuestro Padre, así es verdad que Dios es nuestra Madre.
Y esta verdad Él me la mostró en todas las cosas, pero especialmente en aquellas dulces palabras cuando dice: « Yo soy el que soy ».
Es como decir, yo soy la Potencia y la Bondad del Padre; yo soy la Sabiduría de la Madre; yo soy la Luz y la Gracia que es amor beato; yo soy la Trinidad; yo soy la Unidad, yo soy la soberana Bondad de todas las cosas, yo soy Aquél que te hace amar, yo soy Aquél que te hace desear, yo soy la satisfacción infinita de todos los verdaderos deseos. (...)
Nuestro altísimo Padre, Dios omnipotente, que es el Ser, nos conoce y nos ama desde siempre: en un tal conocimiento, por Su maravillosa y profunda caridad y por el consenso unánime de toda la Trinidad beata, Él quiso que la Segunda Persona fuese nuestra Madre, nuestro Hermano, nuestro Salvador.
Es por tanto lógico que Dios, siendo Padre nuestro, sea también nuestra Madre. El Padre nuestro quiere, la Madre nuestra opera y nuestro buen Señor, el Espíritu Santo, confirma; por esto a nosotros nos conviene amar a nuestro Dios, en el que tenemos el Ser, darle gracias reverentemente y alabarlo por habernos creado, y rezar ardientemente a nuestra Madre para obtener misericordia y piedad, y rezar a nuestro Señor, el Espíritu Santo, para obtener ayuda y gracia.
Y vi con completa certeza que Dios, antes de crearnos, nos ha amado, y Su amor nunca ha disminuido, y nunca lo hará. En este amor Él ha hecho todas Sus obras, y en este amor Él hace que todas las cosas sean para nuestro provecho; y en este amor nuestra vida es eterna.
En la creación hemos tenido un inicio, pero el amor con el que Él nos ha creado estaba en Él desde siempre: y en este amor nosotros tenemos nuestro inicio.
Y todo ello nosotros lo veremos en Dios, eternamente.
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