jueves, 23 de octubre de 2008

Frank J. Sheed

SOCIEDAD Y SENSATEZ

Puedo recordar con gran claridad el momento en que yo mismo, por primera vez, oí decir que Dios me hizo a mí y a todas las cosas de la nada. Supe esto, como cualquier católico, desde mi niñez, pero jamás lo entendí perfectamente. Lo he dicho millones de veces, pero nunca he comprendido lo que decía. Hay algo que desconcierta cuando nos damos cuenta, súbitamente, de esta verdad. Hay verdades religiosas más abrumadoras sin comparación en sí mismas y cuyo pleno conocimiento puede suspender el latir de nuestro corazón; sin embargo, esta verdad va a la propia esencia de lo que somos y entra en ella casi con un efecto aniquilador. En verdad es una especie de aniquilación. Dios, al hacernos, no empleó materia alguna, fuimos hechos de la nada. Al menos la suficiencia personal queda aniquilada y, con ella, todos los procedimientos inventados por la quimera de nuestra propia suficiencia. El primer efecto, al darse cuenta de que uno está hecho de nada, es una cierta clase de pánico histérico de inseguridad. Uno mira en torno suyo para encontrar algo más estable donde agarrarse, y en este nivel ninguno de los seres de nuestra experiencia es algo más estable que nosotros, porque en el origen de todos ellos está la misma verdad: todos están hechos de nada; pero el pánico y la inseguridad son meramente instintivos y transitorios. Ha sido aniquilado un hábito mental, pero, por lo menos, resulta expedito el camino hacia un hábito mental más lúcido, intelectualmente hablando. Pues aunque hemos sido hechos de la nada, hemos sido hechos algo, y como para nosotros no cuenta aquello de qué hemos sido hechos, nos vemos obligados a concentrarnos más intensamente en Dios, por quien hemos sido hechos.

Lo que se deduce es muy sencillo, aunque revolucionario. Si un carpintero hace una silla, puede dejarla, y la silla no cesará de existir.

El constructor de una silla la dejó, pero la silla cuenta todavía, para continuar en su existencia, con el material que el carpintero usó, la madera. De modo semejante si el Hacedor del universo lo abandonara, el universo debería también, para continuar existiendo, fiarse del material que aquél empleó: nada. En resumen, el hecho de que Dios no emplease material alguno al hacernos implica la verdad, insuficientemente comprendida, de que Dios continúa, sosteniéndonos en el ser y, si Él no siguiera haciéndolo así, cesaríamos simplemente de existir.

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