domingo, 7 de diciembre de 2008

E. F. Shumacher


















GUÍA PARA LOS PERPLEJOS

Existen dos tipos de problema diferentes con los que tenemos que enfrentarnos en nuestra aventura humana:“convergentes” y “divergentes”.

En los problemas convergentes, las respuestas que se sugieren para resolverlos tienden a converger, a hacerse cada vez más precisas; pueden considerarse definitivas y escribirse como instrucciones. Los problemas convergentes se relacionan con el aspecto inerte del universo, donde se puede manipular sin obstáculo ni traba alguna; donde el hombre puede hacerse el “amo y señor” porque esas fuerzas misteriosas y superiores que hemos llamado vida, conciencia y autoconciencia no se hallan presentes para complicar las cosas.

En el momento en que nos enfrentamos con problemas que implican a los niveles de ser superiores tenemos que esperar divergencia, pues interviene –aunque sea en el grado más modesto- el elemento de libertad y experiencia interior. Los pares de contrarios son los que hacen un problema divergente, mientras que la ausencia de pares de contrarios asegura la convergencia.

Los problemas divergentes no pueden resolverse en el sentido de establecer una “fórmula correcta”. Sin embargo pueden superarse. Un par de contrarios –como libertad y orden- lo son en el nivel de la vida ordinaria, pero dejan de serlo en el nivel superior, en el nivel verdaderamente
humano en el que la autoconciencia desempeña su papel correcto. Es entonces cuando fuerzas superiores como el amor y la compasión, la comprensión y la empatía, se hacen disponibles, no sólo como impulsos ocasionales (que es lo que son en el nivel inferior), sino como un recurso regular y seguro. Los contrarios dejan de serlo; yacen juntos pacíficamente, como el león y el cordero en el estudio de San Jerónimo. (...)

Los problemas divergentes ofenden a la mente lógica que desea hacer desaparecer la tensión limitándose a un extremo o al otro (crecimiento/decadencia, libertad/orden, justicia/piedad, libertad/igualdad, etc.); pero provocan, estimulan y agudizan las facultades más elevadas del hombre sin las cuales no es más que un animal inteligente. El negarse a aceptar la divergencia en los problemas divergentes hace que estas facultades permanezcan inactivas y se atrofien, y, cuando esto ocurre, lo más probable es que el "animal inteligente" se destruya a sí mismo.

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