lunes, 16 de marzo de 2009

Schelling














En la naturaleza y el arte, la esencia tiende ante todo a realizarse en los individuos. Y la mayor severidad de la forma se señala en los principios de ambas, pues sin los límites no podría manifestarse lo ilimitado. Si no existiese la rudeza, la dulzura no podría existir, y si la unidad ha de hacerse sentir, ha de ser por la peculiaridad, la separación y la oposición. Al principio, por tanto, aparece el espíritu creador totalmente perdido en la forma, inaccesible, cerrado e incluso acerbo en las grandes manifestaciones. Pero cuanto más logra unir toda su riqueza en una criatura, tanto más se va dulcificando paulatinamente su rudeza, y donde él modela la forma plenamente, descansando en ella, reposado y captándose a sí mismo, se anima en cierto modo y empieza a moverse en líneas suaves. Tal es el estado de los más bellos frutos o las flores más hermosas; donde el vaso puro rebosa, el espíritu de la naturaleza se libera de sus lazos y siente su parentesco con el alma. Como una dulce aurora que se eleva sobre la totalidad de la figura, se anuncia el alma que viene; todavía no está allí, pero todo se dispone para su llegada con el reposado juego de los movimientos delicados. Los rígidos moldes se funden y se dulcifican en la calidez; una amable esencia, que no es aún ni espiritual ni sensible, se extiende sobre el exterior y se pliega a todas las ondulaciones, a todas las formas de los miembros. Esta esencia incomprensible, según se dice, pero que todo el mundo siente, es la que los griegos llamaban jaris, y que nosotros llamamos gracia.

Donde la gracia aparece en forma perfectamente realizada, la obra es perfecta por parte de la naturaleza, no le falta nada, todas las condiciones están consumadas. El alma y el cuerpo están también en perfecta consonancia; el cuerpo es la forma, la gracia es el alma, aunque no el alma en sí, sino el alma de la forma, o el alma de la naturaleza.

El arte puede detenerse y permanecer en este punto, pues al menos en un aspecto, ha realizado ya todo su cometido. La imagen pura de la belleza que se detiene en este grado es la diosa del amor. Pero la belleza del alma en sí se funde con la gracia sensible: ésta es la más alta divinización de la naturaleza.

El espíritu de la naturaleza no está contrapuesto al alma nada más que en apariencia, porque en sí mismo es el instrumento de su manifestación. Produce, ciertamente, la oposición de las cosas, pero sólo para que la única esencia pueda aparecer como la más alta dulzura y reconciliación de todas las fuerzas. Todas las restantes criaturas están impulsadas por el espíritu de la naturaleza simplemente, y por él afirman su individualidad; en el ser humano sólo, como situado en un punto central, aparece el alma, sin la cual el mundo sería como la naturaleza privada de sol.

El alma, por tanto, no es en los seres humanos principio de individualización, sino aquello que les hace elevarse por encima de cualquier personalidad, que los hace capaces del sacrificio de sí mismos, del amor desinteresado, de lo que hay de más sublime, como contemplar y comprender la esencia de las cosas, y que le da, al mismo tiempo, el sentido del arte.


Friedrich Schelling: La relación del arte con la naturaleza


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