lunes, 31 de mayo de 2010

Sed



















Este océano de sufrimiento, este sentido de presencia es el dolor mismo. Inútil querer sanar de él y seguir estando presente. Mientras haya sentido de presencia su conocimiento se expandirá instantáneamente en este océano de dolor. ¿Qué trata de nombrar la palabra amor? Se siente como una vacuidad activa hacia su plenitud. ¿Por qué no llamarlo dolor de ausencia, anhelo doliente por esa ausencia? ¿Ausencia de qué?
Si este conocimiento fuera como sumar dos y dos son cuatro el conocimiento mismo sería la solución. Pero esta sed de ser ninguna suma de conocimiento puede aplacarla. ¿Qué busca esta sed de ser, este amor oceánico que cubre completamente el confín de cuanto conozco? Busca ser saciado, busca ser aplacado. Es como beber agua cuando hay sed. Mientras queda algo de sed hay placer en beber agua. Cuando la sed está completamente saciada, ¿quién se acuerda del agua? Este amor de ser, esta sed oceánica ¿de qué es amor? ¿de qué es sed? ¿el recuerdo de qué mueve su actividad doliente? Su saciación ¿qué es?
No hay afinidad alguna entre esta sed y el conocimiento. Ninguna suma de conocimiento saciará jamás esta sed. Esta sed se siente, se sufre, es total, ilimitada. Saber que yo no soy esta sed no me alivia mucho. Primero es esta sed. Yo no he querido amar nunca, yo no he querido sentir esta sed jamás.
No es posible comprender si uno busca ser saciado, la búsqueda de saciación nunca tendrá fin. El agua que una vez bebida jamás volverá a haber sed no es un conocimiento. Yo soy donde el conocimiento jamás ha tenido acceso, donde el amor de ser no ha sido nunca, donde la sed de ser jamás se ha hecho sentir. Saber esto no es un saber. Es una convicción que brota de la misma fuente que la sed, del mismo corazón que el amor de ser. Siguiendo el rastro de la sed hay que llegar a esa fuente y allí mismo cortar su flujo de avidez, secarla en la cuna, comprenderse a sí mismo totalmente ilimitado en ese punto límite del límite. Todo conocimiento tiene límites y jamás puede rebasar sus límites. En su límite el conocimiento de este amor de ser abandona completamente toda búsqueda activa de ser saciado, es comprendido completamente sin rastro alguno de incomprensión. Esta comprensión pura sabe que ella no era. «Sólo yo quedo», esta incognoscible verdad reina entonces supremamente absoluta.
He comprendido que en su aparición misma esta reflexividad por cuya presencia yo sé que yo soy tiene un doble efecto. Hasta ahora, fascinado por su fuerza imperiosa, esta sed oceánica, esta vacuidad activa que busca su plenitud, este amor de ser, este amor de saborearse siendo, había ocultado a mi comprensión otro aspecto de sí mismo igualmente imperioso pero mucho menos agradable de reconocer. He comprendido que el amor de ser tiene otra manifestación que la sed de ser, otra manifestación igualmente poderosa pero mucho más dolorosa, mucho más corrosiva. He comprendido que hay también una «detestación de ser», una «repugnancia de ser» cuya afluencia brota igualmente oceánica de la misma fuente que el amor de ser.
Es como comprender que uno ha sido mentido, que uno ha sido engañado. Había una inocencia absoluta, una ignorancia inocente de lo que esta consciencia era. Ella vino sin exponer su plan. Sin saber porqué ni cómo esta sed de ser comenzó a tener lugar. Era tan exigente en su demanda de saciedad, su poder de sugestión era tan vasto. Esta sed de ser, esta sed de saborearse siendo, ejercía una tiranía tan omnipresente, tan omniabarcante, que todo el día no bastaba para encontrarle alimento. Un profundo resentimiento iba extendiéndose por los subterráneos de la consciencia, una profunda repugnancia por la totalidad del juego iba cobrando amplitud. Había una detestación dolorosa, impotente. Toda aquella inocencia iba siendo comida por un dolor sordo cuya explosividad rompía a veces en un estallido de cólera destructiva que habría abrasado el universo entero. Había detestación de estar presente. Había repugnancia de ser.
Había habido una mentira, un engaño. Esta mentira jamás había sido creída. Su detestación, su repudiación brotaba de la misma fuente que la mentira misma. Había una resistencia sutilísima a creer. Nunca pude creer en otra cosa que lo que yo experimentaba. Todo aquel sufrimiento de verme recortado, cercenado, mutilado. Tenía que tragarme mi propia avidez de tragar. Mi propia forma, esta forma física y mental que reclamaba tiránicamente la plenitud poco a poco se iba convirtiendo en una caja de martirio. Nada estaba jamás a mano cuando lo necesitaba y mucho menos la comprensión de mí mismo. El sustrato de la detestación crecía y crecía. Yo no encontraba a quien tender mi abrazo, ¿dónde estaba el ser objeto de este amor de ser? ¿Dónde estaba esa plenitud de obnubilación total que mi totalidad ansiaba? Aunque yo no quería, yo era forzado a ser consciente. Yo no quería pero tenía que cargar con este ansia de ser, con esta avidez de ser. Una sutil repugnancia, una desazonante detestación estaba igualmente presente. Era la manifestación sensible, físicamente sensible, dolorosamente sensible de que no se había producido la aceptación del nacimiento. Esta dolorosa llaga que la venida de la consciencia había suscitado no estaba siendo aceptada. Había una resistencia absoluta a creer en ella, había una repugnancia absoluta a creer nada de lo que provenía de ella.
Ahora sé que esta detestación es universal. Todo lo que alienta detesta tener que alentar, detesta tener que gozar, detesta tener que presenciar un mundo que en lo más íntimo sabe que no ha tenido ninguna posibilidad de no presenciar ¿Por qué tengo que cargar yo esta espantosa ansiedad de ser, esta dolorosa búsqueda de alivio? ¿No está justificada esta detestación insondable, plenamente perceptible en cada boqueada de ansia, en cada suspiro de deseo de ser? La miseria que revela esta vía dolorosa, su reverso, ¿no es esta repugnancia omnipresente, no es este resentimiento de redención imposible?
No es posible redimir este resentimiento de ser, su redención no está en la consciencia. Es la aparición de la consciencia lo que provoca su aparición.

El Libro De Las Contemplaciones.

viernes, 21 de mayo de 2010

¡Sapere aude!



















La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea.

Immanuel Kant: ¿Qué es Ilustración?

martes, 18 de mayo de 2010

Éramos los elegidos del sol



















Éramos los elegidos del sol

Y no nos dimos cuenta

Fuimos los elegidos de la más alta estrella

Y no supimos responder a su regalo

Angustia de impotencia

El agua nos amaba

La tierra nos amaba

Las selvas eran nuestras

El éxtasis era nuestro espacio propio

Tu mirada era el universo frente a frente

Tu belleza era el sonido del amanecer

La primavera amada por los árboles

Ahora somos una tristeza contagiosa

Una muerte antes de tiempo

El alma que no sabe en qué sitio se encuentra

El invierno en los huesos sin un relámpago

Y todo esto porque tú no supiste lo que es la eternidad

Ni comprendiste el alma de mi alma en su barco de tinieblas

En su trono de águila herida de infinito


Vicente Huidobro: Éramos los elegidos del sol. Últimos poemas.

jueves, 6 de mayo de 2010

Sublime experiencia de unidad



















La fragancia se transformó en nariz, la melodía dio lugar a los oídos y el espejo se convirtió en ojos para contemplarse;
La suave brisa se hizo fina piel, la cabeza se tornó flores de nardo de fascinante aroma;
La lengua se convirtió en dulce zumo, el loto se abrió para ser el sol, y el ave Chakor se transformó en la luna;
Las flores tomaron forma de abeja, las muchachas se tornaron muchachos y los somnolientos adoptaron la forma de camas en las que yacer;
La vista se convirtió en objetos maravillosos cual lingote de oro que se transforma en joya para disfrutar de la belleza;
Los capullos de mango se tornaron cuclillos, el cuerpo adoptó la forma de brisas malayas y los sabores se convirtieron en lenguas.
Así es como el absoluto adopta las formas de gozante y objeto de gozo, de veedor y objeto de visión, sin que se altere la homogeneidad de su unidad.

Gñaneshvari: El Amritanubhava (sublime experiencia de unidad)

miércoles, 5 de mayo de 2010

¿Yo?



















El yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en todo aquello a lo que hacen referencia nuestras distintas impresiones e ideas. Si alguna de nuestras impresiones nos da la idea del yo, dicha impresión ha de permanecer invariable, a través de toda nuestra vida, ya que de esta forma es como se supone que existe el ser propio. Pero no existen impresiones constantes e invariables... Y, en consecuencia, no existe tal idea.
Por mi parte, cuando penetro en la más profunda intimidad de lo que llamo mi yo, tropiezo siempre con alguna percepción particular, de calor o frío, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca puedo aprehender a mi yo sin una percepción, y nunca puedo observar nada que no sea una percepción... si alguien, después de una reflexión seria y sin prejuicios, piensa que puede tener una noción diferente de sí mismo, he de confesar que no puedo seguir discutiéndolo con él. Todo lo que puedo decir es que espero que tenga tanta razón como yo, y que entonces somos esencialmente diferentes en ese respecto. Puede que él sea capaz de percibir algo simple y continuo que llama su yo, aun cuando yo estoy seguro de que no existe tal principio en mí.

David Hume: Tratado de la naturaleza humana

martes, 6 de abril de 2010

Cargando con el pasado

La película «La misión» tiene muchos momentos inolvidables. Uno de ellos es el ascenso de Robert de Niro por la selva y por las cataratas de Iguazú arrastrando un pesado fardo que contiene sus armas y su armadura...



Y por supuesto, la música de Ennio Morricone.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Materialismo espiritual



















El budismo tibetano utiliza una metáfora muy interesante para describir las funciones del ego; se refiere a ellas como «los Tres Señores del Materialismo»: «el Señor de la Forma», «el Señor de la Palabra», y «el Señor del Pensamiento». En nuestra consideración de los Tres Señores que ofrecemos a continuación, los términos «materialismo» y «neurótico» definen la actividad del ego.

El Señor de la Forma es la búsqueda neurótica de comodidad, seguridad y placer físicos. Nuestra sociedad altamente organizada y tecnológica refleja nuestra preocupación por manipular el ambiente físico a fin de protegernos de las irritaciones de los aspectos crudos, ásperos e impredecibles de la vida. El ascensor, la carne troceada, envuelta en celofán, el acondicionador de aire, el inodoro, el entierro privado, la jubilación asegurada, la iluminación fluorescente, el horario de nueve a cinco, la televisión, son todos ejemplos de nuestro intento de crear un mundo manejable, seguro, predecible, placentero.

El Señor de la Forma no representa las condiciones de vida segura y de riqueza física en sí mismas. Se refiere más bien a las preocupaciones neuróticas que nos impulsan a crear esas condiciones, a tratar de controlar la naturaleza. Es la ambición que tiene el ego de afianzarse y entretenerse a sí mismo en su intento de evadir toda irritación. Así, nos aferramos a nuestros placeres y posesiones, tememos el cambio o forzamos el cambio, intentamos construir un nido o un jardín de recreo.

El Señor de la Palabra se refiere al uso del intelecto para relacionarse con el mundo. Adoptamos una serie de categorías que nos sirven de asideros para manejar el mundo. El producto más complejo de esta tendencia son las ideologías, los sistemas de ideas con los cuales racionalizamos, justificamos y santificamos nuestras vidas. El nacionalismo, el comunismo, el budismo, todos nos proveen de una identidad, normas de conducta y explicaciones del cómo y por qué de lo que sucede.

Pero, otra vez como antes, el intelecto como tal no es el Señor de la Palabra. El Señor de la Palabra representa la tendencia del ego a interpretar todo lo que lo amenaza o irrita, de tal manera que el ataque parezca neutralizado o transformado en algo “positivo” desde el punto de vista del ego. El Señor de la Palabra se refiere al uso de los conceptos como filtros para protegernos de la percepción directa de lo que es. Tomamos los conceptos con demasiada seriedad, los usamos como instrumentos para consolidar nuestro mundo y nuestro yo. Si existe un mundo de cosas nombrables, entonces «Yo» existo como una de esas cosas nombrables. No queremos dar lugar a ninguna duda amenazadora, incertidumbre o confusión.

El Señor del Pensamiento al esfuerzo que hace la conciencia por mantenerse consciente de sí misma. El Señor del Pensamiento reina cuando hacemos uso de las disciplinas espirituales o psicológicas como un medio de mantener nuestra autoconciencia, de aferrarnos a nuestro sentido del yo. Las drogas, el yoga, la oración, la meditación, los trances, las varias clases de psicoterapias, todas pueden utilizarse de esta manera.

El ego puede apropiarse ilícitamente de cualquier cosa para uso propio, incluso de la espiritualidad. Por ejemplo, si uno se entera de alguna técnica contemplativa que sea beneficiosa como práctica espiritual, entonces el ego comienza por considerarla meramente como un objeto fascinante, y luego como objeto de estudio.

Finalmente sólo podrá imitarla, porque el ego es como si fuera algo sólido que no puede absorber nada. Así, el ego trata de estudiar y remedar las prácticas de la meditación y de la vida contemplativa. Cuando conseguimos aprender todos los trucos y las respuestas del juego espiritual, buscamos producir automáticamente una mímica de la espiritualidad; porque el compromiso verdadero, la verdadera espiritualidad, nos exigiría la eliminación del ego y, en realidad, lo último que quisiéramos es renunciar al ego.....

También obtiene cierto sentido de triunfo, de gran hazaña, cierta excitación ante el hecho de haber recreado dentro de sí mismo el patrón de la experiencia que imita; por fin ha producido un logro tangible, que le confirma su propia individualidad.

Una vez que reforzamos exitosamente nuestra autoconciencia mediante técnicas espirituales, creamos nuevos impedimentos al crecimiento espiritual genuino.

Chogyam Trungpa: Más allá del materialismo espiritual

sábado, 20 de marzo de 2010

El otro hijo


















Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «Padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando su hijo explota dejando al descubierto su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos y de los practicantes. Es Padre de todos.
El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

lunes, 1 de marzo de 2010

Aún peor



















Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.

Gandhi

jueves, 25 de febrero de 2010

Amor














«¿Y bien, deseas saber lo que nuestro Señor ha querido decir con esto? Sábelo bien, amor era su significado. ¿Quién te lo revela? Amor. ¿Qué te reveló? Amor. ¿Por qué te lo reveló? Por amor. Permanece en ello, y conocerás más y más el amor. Pero nunca lo conocerás diferente, jamás».

Así me fue enseñado que el amor es el propósito último de nuestro Señor. Y vi con plena certeza, en esto y en todo, que Dios, antes de crearnos, ya nos amaba. Su amor nunca disminuyó y nunca disminuirá. En este amor ha hecho todas sus obras, en este amor ha hecho todas las cosas provechosas para nosotros, y en este amor nuestra vida es eterna. En nuestra creación tuvimos un principio, pero el amor en el que nos creó estaba en él desde toda la eternidad. En este amor está nuestro principio. Y veremos todo esto en Dios ya para siempre. Demos gracias a Dios.

Juliana de Norwich: Libro de visiones y revelaciones.
Cap. 86 (Fragmento)

martes, 23 de febrero de 2010

Totus Christus















Totus Christus caput et corpus est: caput Unigenitus Dei Filius, et corpus eius Ecclesia.

El Cristo completo está formado por la cabeza y el cuerpo: el Hijo Unigénito de Dios es la cabeza, la Iglesia es su cuerpo.

San Agustín

domingo, 14 de febrero de 2010

Caín, Abel, Tini Areces y Pepe el Ferreiro

Los nómadas siempre han sido perseguidos por los sedentarios. El relato bíblico de Caín y Abel recoge este fenómeno repetitivo en la historia de la humanidad: El agricultor sedentario Caín mata, por envidia, al pastor nómada Abel.

Los primeros que van a adorar al niño Dios también son pastores y todos sabemos que en el Evangelio nada aparece por casualidad. Jesús, el hijo del hombre, siempre andaba de un sitio a otro y no tenía dónde apoyar la cabeza.

En Asturias, sin ir más lejos, tenemos un reflejo de este drama universal en los vaqueiros de alzada; y en cualquier parte del planeta que nos fijemos encontraremos este fenómeno de destrucción y envidia, de marginación, exclusión y explotación. La libertad de los nómadas se les atraganta a la esclavitud sumisa de los sedentarios.

Lamentablemente en este régimen de democracia descafeinada en la que vivimos tenemos muchos ejemplos de víctimas del cainismo. Yo voy a poner uno cercano: Pepe el Ferreiro.

José Naveiras Escanlar, Pepe el Ferreiro, es un hombre libre. Por eso han ido a por él. Porque los mediocres apesebrados, cadena ad infinitum de instalados en sus poltronas, no soportan que existan los pastos libres ni los que libremente los recorren.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La inevitabilidad del fracaso



















El roble ha caído sobre la bellota…
Dylan Thomas

Nada dura. Todo cuanto vive, muere. La figura de la muerte acecha a cada momento desde el principio. Dylan Thomas no tiene una visión trágica de la vida, sino una visión extensa y profunda de la misma naturaleza de las cosas. Ve a «los chicos del estío (ya) en su ruina».

El morir empieza en el momento del nacer. La vida es un viaje. La travesía puede ser diferente para cada ser humano, pero el destino es el mismo. Seas quien seas, «como una tumba en movimiento, el tiempo te atrapa». Los cumpleaños son hitos como cuando Dylan describe «mi trigésimo año al paraíso».

No se trata de un complot contra el ser humano. Las cosas son así. Sin muerte, no hay vida. Sin destrucción, no hay creación. Sin decaimiento, no hay crecimiento. Toda fuerza que otorga algo es la misma que lo quita. «La fuerza que a través de la mecha verde conduce a la flor… es mi destructora.»

Haga lo que haga el ser humano para distraerse, para tratar de olvidarse que debe morir, para apartarse aparentemente del contexto biológico, el proceso sigue adelante: «Un proceso en el tiempo del corazón / humedece lo seco…». Puede entregarse a la celebración de una vida lujuriosa. Puede ser que «el roce del amor le haga cosquillas» y sin embargo, no es libre: «¿Y qué es ese roce? ¿La pluma de la muerte sobre el nervio?».

¿Qué podemos hacer?. En primer lugar, no sólo debemos ser conscientes de la inevitabilidad de la muerte, sino de la del decaimiento. Hay cambios en marcha que no podemos alterar ya que formamos parte de ellos. Dylan nos lo dice en términos vulgarmente escatológicos: «Olí los gusanos en mis heces». No desvía la mirada. No se engaña. No vivirá la visión fraudulenta de no ver lo que no se quiere ver. En cambio, se sentará y mirará «el gusano bajo mi uña yéndose por el atajo».

Pero no nos equivoquemos. Éste no es un ser humano sin esperanza. Más bien se trata de decir que no hay esperanza si los ojos no se abren al espanto. El ser humano puede vivir si sabe que va a morir. El espíritu humano sólo tiene sentido si conoce las cadenas de las que se libera. Únicamente con la condición de saber que sólo vivimos un momento, que somos indefensos, temerosos, únicamente con este conocimiento podemos encontrar algo más. Sólo si renunciamos a la certidumbre, podemos saber. Sólo si dejamos el control, podemos determinar a dónde vamos. Camus nos dice que es necesario «aprender a vivir y a morir, y a fin de ser un hombre, hay que negarse a ser un dios»

Sheldon B. Kopp: Guru

viernes, 5 de febrero de 2010

Tara



















El significado general del nombre Tara procede de la raíz tra que quiere decir liberar, rescatar. Podría traducirse como la liberadora o la que rescata, puesto que Tara rescata a los seres que han caído en las aguas turbulentas del samsara.

El aspecto externo de Tara hace referencia a una deidad femenina capaz de liberar a todos los seres de sus pesares. Todos los budas han llegado a la iluminación gracias a su acumulación de mérito y purificación. Sin embargo en Tara se ha dado un hecho excepcional. Hace cientos de años, ella vivía como la princesa Yeshe Dawa que significa Luna de Sabiduría. En una ocasión un monje se acercó y le dijo: “Has acumulado mucho mérito venerando al Buda y ayudando a muchos seres conscientes, deberías dedicarlo para obtener un cuerpo masculino en tu próxima vida y, practicando las Perfecciones, llegar a la iluminación”. Ella le respondió: “De ninguna manera, mi mayor deseo es practicar estas Perfecciones y llegar a la iluminación bajo forma femenina”. Yeshe Dawa no habló así porque estuviera apegada a su condición de mujer, sino porque quería demostrar que las enseñanzas servían para todos. Y añadió: “La clasificación hombre - mujer carece de esencia y confunde al mundo maligno”.

Cuando generó el deseo de obtener la iluminación siempre estaba implicada en ayudar a los demás.

En la forma tradicional su color es el verde, su aspecto es juvenil y de belleza incomparable. Puesto que siempre ayuda, está conectada con la compasión de todos los Budas y por esta razón aparece como consorte del Buda Chenrezig (Buda de la compasión). Una leyenda relata cómo éste, conmovido por el sufrimiento de los seres, lloró y sus lágrimas se convirtieron en Tara.

Tara representa la actividad física, verbal y mental del Buda, es decir, la energía que libera a los seres conscientes. Ella es la acción llevada a cabo por los budas. El color verde simboliza esta actividad infinita.

La compasión y la actividad van siempre juntas, por eso Tara es inseparable de Chenrezig.

Extractado y resumido de: Gonsar Rimpoché: La energía femenina del Tantra. Madre Tara.

martes, 2 de febrero de 2010

Con usura



















Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra, con bien cortados bloques y dispuestos de modo que el diseño lo cobije.

Con usura no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia

Harpes et lutz (arpas y laúdes) o lugar donde la virgen reciba el mensaje y su halo se proyecte por la grieta,

Con usura no se ve el hombre Gonzaga, ni a su gente ni a sus concubinas.

No se pinta un cuadro para que perdure ni para tenerlo en casa sino para venderlo y pronto con usura,

Pecado contra la naturaleza, es tu pan para siempre harapiento, seco como papel, sin trigo de montaña, sin la fuerte harina.

Con usura se hincha la línea, con usura nada está en su sitio (no hay límites precisos) y nadie encuentra un lugar para su casa.

El picapedrero es apartado de la piedra, el tejedor es apartado del telar.

Con usura no llega lana al mercado, no vale nada la oveja con usura.

Usura es un parásito, mella la aguja en manos de la doncella y paraliza el talento del que hila.

Pietro Lombardo no vino por usura,

Duccio no vino por usura ni Pier della Francesca;

No por usura Zuan Bellini ni se pintó "La Calunnia”

No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis, no hubo iglesia de piedra con la firma: Adamo me fecit.

No por usura St. Trophime, no por usura St. Hilaire.

Usura oxida el cincel, oxida la obra y al artesano, corroe el hilo en el telar,

Nadie hubiese aprendido a poner oro en su diseño;

Y el azur tiene una llaga con usura; se queda sin bordar la tela.

No encuentra el esmeralda un Memling

Usura mata al niño en el útero

No deja que el joven corteje

Ha llevado la sequedad hasta la cama, y yace entre la joven novia y su marido

Contra naturam

Ellos trajeron putas a Eleusis

Sientan cadáveres a su banquete por mandato de usura.

Ezra Pound

viernes, 22 de enero de 2010

Carta Encíclica Deus caritas est, del Sumo Pontífice Benedicto XVI















La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita.

Los tiempos modernos, sobre todo desde el siglo XIX, están dominados por una filosofía del progreso con diversas variantes, cuya forma más radical es el marxismo. Una parte de la estrategia marxista es la teoría del empobrecimiento: quien en una situación de poder injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad —afirma— se pone de hecho al servicio de ese sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto. Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la insurrección hacia un mundo mejor. De aquí el rechazo y el ataque a la caridad como un sistema conservador del statu quo.

En realidad, ésta es una filosofía inhumana. El hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc del futuro, un futuro cuya efectiva realización resulta por lo menos dudosa. La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciando, por el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido.

El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares.

Carta Encíclica Deus caritas est, del Sumo Pontífice Benedicto XVI a todos los fieles sobre el amor cristiano.

sábado, 2 de enero de 2010

Youssou N'dour



Uno de los buenos momentos de 2009: Bailar en la plaza de la catedral de Oviedo en las fiestas de San Mateo con el gran Youssou N'dour.

Gracias, Urania, va por ti, para que tú la bailes.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Gratuidad - Gratitud


















En su artículo “Paternidad, Don y Autonomía”, Eduardo Valenzuela reflexiona sobre la desvalorización del don en la modernidad, sobre el por qué, desde los tiempos modernos, ha sido tan generalizada la explicación “egoísta” de los actos dirigidos al otro.

Valenzuela dirá que la gratuidad “consiste en dar sin esperar nada a cambio y sin comprometer por ello la voluntad del otro”. Pero esta gratuidad también exige “la capacidad de recibir sin entregar nada a cambio (gratitud)”. En esta gratuidad y gratitud, se funda el potencial de libertad que se encuentra presente en el don, y que “convierte definitivamente la deuda en algo alegre, ligero y la culpa en algo feliz”.

En la modernidad se observa una hostilidad hacia lo dado lo que hace olvidar el potencial de libertad que se encuentra presente en el don. Esto ocurre, en primer lugar, debido a que hay un intento de situar la libertad fuera del plano de la existencia –la existencia es fuente de determinación, “algo que no se ha decidido y que tiene, por ello, la misma consistencia de las cosas de la naturaleza”. Así, la vida, lo dado y lo que recibimos, pierde el vínculo con el Creador: se debe trascender la existencia, lo dado, para alcanzar la libertad. Sin embargo, y en segundo lugar, la existencia no es sólo fuente de determinación, sino también de obligación, ya que le debemos la existencia a otro. “La existencia aparece como deudora y culpable”.

Pero Valenzuela dirá que la determinación óntica no cancela la existencia como espacio de libertad, ni exige trascenderla. “Por el contrario, ninguna libertad se equipara a aquella que se funda realmente en el acto de dar la vida sin obligaciones ulteriores y en el acto de recibirla sin culpa”.

En cuanto a las relaciones con un extraño, cuando lo dado se basa en el interés personal, siguen el modelo del “dar para recibir”. La pregunta entonces es: ¿qué pasa con el pobre, con el que no puede devolver lo que le damos, o aquél al que nunca conoceremos? Aquí aparece el modelo de la caritas, cuya esencia radica en “la apertura del don hacia el extraño, hacia aquel que no hemos visto nunca y seguramente no veremos nunca más”. La caritas se asocia al modelo de filiación, del “dar porque se ha recibido” en gratuidad y en gratitud.

Extraído y elaborado a partir de: La Evolución del Voluntariado en Chile entre los años 1990 y 2002.
Sebastián Zulueta Azócar


sábado, 26 de diciembre de 2009

Arte sagrado



















Todo arte sagrado presupone una ciencia de la regularidad de las formas y de la esencia de su simbolismo. Ésta no es meramente un signo convencional que expresa algo metafísico, sino que denota una realidad basada en una ley inherente a la forma; es pues, en cierto sentido, lo que significa. Ello no contradice el principio de que el arte debe ante todo estar al servicio de la belleza; prescindiendo de toda cuestión de gusto, la belleza de una cosa no es más que la transparencia espiritual de su envoltura existencial.

Se acostumbra hoy a llamar sacro o sagrado todo arte cuyo tema tiene algo que ver con la fe religiosa, sin preocuparse de que su forma, es decir, su lenguaje artístico, provenga o no de la verdad que representa esa fe, o de si se trata simplemente de una obra profana, aun de tema religioso, como muchas del renacimiento o del barroco. Arte sacro o sagrado, en el auténtico sentido de la palabra, es sólo aquel cuyas formas reflejan un contenido espiritual independientemente de tiempos o épocas. El arte es esencialmente forma, mientras que entre el tema de una obra de arte y de su forma plástica no siempre existe una relación forzosa, como lo prueba el arte eclesial de los últimos siglos. De por sí, el arte sagrado consiste en una relación sólida entre forma y visión espiritual.

Titus Burkhard: Von Wesen heiliger Kunst in den Weltreligionen.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Alegría















La alegría es el sonido del alma