Parte primera, cap. XXVII
(…) Fray Ricerio sirvió devota y fielmente a los frailes, dando grande ejemplo de humildad y santidad, por lo cual se granjeó la intimidad de San Francisco, quien le revelaba muchos secretos, siendo nombrado ministro de la Marca de Ancona, cargo que desempeñó mucho tiempo con grandísima paz y prudencia.
Pasado cierto tiempo, Dios permitió que fuese gravemente tentado en su alma. Atribulado y afligido, fray Ricerio se mortificaba de día y de noche con ayunos, disciplinas, lágrimas y oraciones, y como a pesar de tan rudas penitencias la tentación no desaparecía, algunas veces llegó a desesperarse creyéndose desamparado de Dios.
En esta desesperación se hallaba cuando como último remedio pensó ir a ver a san Francisco, pues consideraba que si el santo padre le mostraba buena cara y le trataba familiarmente, como solía, aún podía prometerse la misericordia de Dios, mas si sucedía lo contrario, señal sería de su completo desamparo.
Salió el fraile en busca de san Francisco que se hallaba en el palacio del obispo de Asís gravemente enfermo. Como Dios le revelara las disposiciones de fray Ricerio y su venida, llamó a fray León y a fray Maseo y les dijo:
-Salid al encuentro de mi hijo carísimo fray Ricerio, abrazadle y saludadle de mi parte y decidle que entre todos los frailes que hay en el mundo tengo por él singular predilección.
Así lo hicieron los mensajeros, que al encontrar en el camino a fray Ricerio le abrazaron y le dijeron lo que san Francisco les había ordenado, con lo cual sintió el caminante tan gran consolación y dulzura en el alma que casi perdió el sentido.
Dando gracias a Dios con todo su corazón, se dirigió al lugar donde san Francisco estaba enfermo. El santo, aunque estaba muy grave, cuando sintió llegar a fray Ricerio se levantó, salió a su encuentro, le abrazó tiernísimamente y le dijo:
-Hijo mío carísimo, fray Ricerio: Entre todos los frailes que hay en el mundo, te amo a ti con singular predilección.
sábado, 30 de agosto de 2008
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