domingo, 10 de julio de 2011
lunes, 4 de julio de 2011
Rubaiyat

30. Si bien aprendí multitud de cosas, también olvidé muchas otras de buena gana. Tenía un lugar en mi cabeza para cada cosa: lo que estaba a la izquierda no podía hallarse a la derecha. Sólo alcancé la paz definitiva el día en que abandoné todo con desprecio y pude comprender, al fin, que no se puede afirmar ni negar nada.
Omar Khayyam: Rubaiyat
miércoles, 29 de junio de 2011
Edgar Allan Poe
martes, 28 de junio de 2011
Roberto Juarroz
Desconocer que el río es una espada
y que las cosas sueñan sueños propios
es ignorar que aquí,
junto a nuestra mirada,
existe otra:
la mirada recóndita del mundo.
Cuando se la descubre,
la vida se da vuelta como un guante
que devuelve la mano que encerraba
y el tacto liberado
toca por vez primera cuanto existe.
La realidad es un tiempo doblado
que es preciso desdoblar como una tela
de singular delicadeza
para encontrar adentro
y que las cosas sueñan sueños propios
es ignorar que aquí,
junto a nuestra mirada,
existe otra:
la mirada recóndita del mundo.
Cuando se la descubre,
la vida se da vuelta como un guante
que devuelve la mano que encerraba
y el tacto liberado
toca por vez primera cuanto existe.
La realidad es un tiempo doblado
que es preciso desdoblar como una tela
de singular delicadeza
para encontrar adentro
otra mano que aguarda.
Roberto Juarroz: Poema Décimotercera Poesía Vertical (41)
Roberto Juarroz: Poema Décimotercera Poesía Vertical (41)
lunes, 27 de junio de 2011
Asâdh (Junio-Julio)

En Asâdh el sol abrasa los cielos
y la tierra arde como un horno.
Las aguas entregan sus vapores al calor implacable;
así el país no deja de cumplir su destino.
El carruaje del sol
se alza en las cumbres de las montañas;
el cicada canta en el claro del bosque
mientras las sombras ocupan la tierra.
Mi Amado es como la brisa del atardecer;
mi vida y su fin
dependen de la voluntad del Señor.
Oh Nanak,
a Él entrego mi alma.
Guru Nanak
y la tierra arde como un horno.
Las aguas entregan sus vapores al calor implacable;
así el país no deja de cumplir su destino.
El carruaje del sol
se alza en las cumbres de las montañas;
el cicada canta en el claro del bosque
mientras las sombras ocupan la tierra.
Mi Amado es como la brisa del atardecer;
mi vida y su fin
dependen de la voluntad del Señor.
Oh Nanak,
a Él entrego mi alma.
Guru Nanak
viernes, 3 de junio de 2011
Patti Hearst
Patti era una niña de papá. Como prácticamente todas y todos los niños de papá y de mamá, en el mal sentido de la palabra. Ser un niño así supone que tus progenitores no te ven ni te tratan como un ser humano igual a ellos, sino que lo hacen como si fueras un objeto cuya única función y cuyo único sentido es proyectarlos en el mundo de la manera más satisfactoria para su egos.
Patti no sabía quién era porque nunca se había visto con sus ojos, nunca se lo habían permitido. Sólo lo había hecho a través de los ojos de los demás. Como un perro atado a una corta cadena día y noche, lo único propio que tenía era su rabia. No se amaba, porque para amar, para amarse, debe haber una relación, un re-conocimiento. No amaba a nadie porque ella no era nadie o, sencillamente, ella no estaba allí. Y eso no se lo podía perdonar ni a sí misma ni a sus padres. Su síndrome de Estocolmo no empezó cuando fue secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación (SLA), sino cuando nació.
Aquel cuatro de febrero de 1.974 me hubiera gustado decirle a Patti que nunca es culpa de un niño lo que hace un adulto. Que no se tratase tan duramente, que la niña que fue, no lo merecía ni lo merece. Ningún niño lo merece. Que fuera a buscar a esa niña, la tomara de la mano y le dijera que ya había pasado todo. Que ella estaba allí para cuidarla, para apartar todas las pesadillas y todos los miedos. Para no permitir que nadie le volviera a hacer lo mismo. Le diría a Patti que hoy podía empezar a ser la adulta que le hubiese gustado cuidara de la niña que un día fue. Y para estar definitivamente en paz, que pensara en sus padres como los niños que también fueron, y los adultos en los que se habían convertido. Esos adultos que no pudieron o no supieron amarla a ella, a quien ella era, a quien ella es. Que los perdonase. Sencillamente, que los amase lo suficiente para devolverles todo lo que era de ellos, con lo que ella cargaba sin pertenecerle. Como todos, ellos son responsables de su vida, ellos son los que deben resolverla; y si les alcanzase la muerte sin haberlo hecho, igualmente es su responsabilidad, igualmente ellos son ellos y uno debe ser uno mismo, porque si no ¿quién lo será? Es la única forma en la que declinaremos la invitación a reproducir el siniestro baile en el círculo infernal.
Dejemos definitivamente que los muertos entierren a los muertos y vivamos la vida. La única que tenemos, la nuestra.
A. G.
Patti no sabía quién era porque nunca se había visto con sus ojos, nunca se lo habían permitido. Sólo lo había hecho a través de los ojos de los demás. Como un perro atado a una corta cadena día y noche, lo único propio que tenía era su rabia. No se amaba, porque para amar, para amarse, debe haber una relación, un re-conocimiento. No amaba a nadie porque ella no era nadie o, sencillamente, ella no estaba allí. Y eso no se lo podía perdonar ni a sí misma ni a sus padres. Su síndrome de Estocolmo no empezó cuando fue secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación (SLA), sino cuando nació.
Aquel cuatro de febrero de 1.974 me hubiera gustado decirle a Patti que nunca es culpa de un niño lo que hace un adulto. Que no se tratase tan duramente, que la niña que fue, no lo merecía ni lo merece. Ningún niño lo merece. Que fuera a buscar a esa niña, la tomara de la mano y le dijera que ya había pasado todo. Que ella estaba allí para cuidarla, para apartar todas las pesadillas y todos los miedos. Para no permitir que nadie le volviera a hacer lo mismo. Le diría a Patti que hoy podía empezar a ser la adulta que le hubiese gustado cuidara de la niña que un día fue. Y para estar definitivamente en paz, que pensara en sus padres como los niños que también fueron, y los adultos en los que se habían convertido. Esos adultos que no pudieron o no supieron amarla a ella, a quien ella era, a quien ella es. Que los perdonase. Sencillamente, que los amase lo suficiente para devolverles todo lo que era de ellos, con lo que ella cargaba sin pertenecerle. Como todos, ellos son responsables de su vida, ellos son los que deben resolverla; y si les alcanzase la muerte sin haberlo hecho, igualmente es su responsabilidad, igualmente ellos son ellos y uno debe ser uno mismo, porque si no ¿quién lo será? Es la única forma en la que declinaremos la invitación a reproducir el siniestro baile en el círculo infernal.
Dejemos definitivamente que los muertos entierren a los muertos y vivamos la vida. La única que tenemos, la nuestra.
A. G.
domingo, 15 de mayo de 2011
Un bonito traje

Un hombre fue a casa del sastre Szabó y se probó un traje. Mientras permanecía de pie delante del espejo se dio cuenta de que la parte inferior del chaleco era un poco desigual.
-Bueno, no se preocupe por eso –le dijo el sastre-. Sujete el extremo más corto con la mano izquierda y nadie se dará cuenta.
Mientras así lo hacía, el cliente se dio cuenta de que la solapa de la chaqueta se curvaba en lugar de estar plana.
-Ah, ¿eso? –dijo el sastre. Eso no es nada. Doble un poco la cabeza y alísela con la barbilla.
El cliente así lo hizo y entonces vio que la costura interior de los pantalones era un poco corta y notó que la entrepierna le apretaba demasiado.
-Ah, no se preocupe por eso –dijo el sastre -. Tire de la costura hacia abajo con la mano derecha y todo le caerá perfecto.
El cliente accedió a hacerlo y compró el traje.
Al día siguiente se puso el nuevo traje, «modificándolo» con la ayuda de las manos y la barbilla. Mientras cruzaba el parque aplanándose la solapa con la barbilla, tirando con una mano del chaleco y sujetándose la entrepierna con la otra, dos ancianos que estaban jugando a las damas interrumpieron la partida al verle pasar renqueando por delante de ellos.
-¡M’Isten, oh, Dios mío! –exclamó el primer hombre-. ¡Fíjate en este pobre tullido!
El segundo hombre reflexionó un instante y después dijo en un susurro:
Igen, sí, lástima que esté tan lisiado, pero lo que yo quisiera saber… es de dónde habrá sacado un traje tan bonito.
Clarisa Pinkola Estés: Mujeres que corren con los lobos.
Imagen: Boris Indikov
domingo, 20 de marzo de 2011
viernes, 4 de marzo de 2011
El nombre más hermoso
En el mundo indígena, uno de los principios que constituyen el universo es el dolor. Sin embargo, sus ojos penetran en esta realidad sin miedo y la transforman en algo sublime:
Un guerrero miró a su hija recién nacida. Tan hermosa le parecía que no encontraba un nombre apropiado para ella. Todos le sabían a poco. Al fin decidió buscar lo más valioso del mundo y tomarlo como nombre para su primogénita.
Salió muy temprano, cuando aún era oscuro y pensó: 'Podría llamarla Silencio, pues es hermosísimo' pero comenzó el amanecer y el guerrero detuvo sus pasos y dijo: 'No, la llamaré Aurora'.
Decidió caminar unas millas más. El día avanzaba mientras a lo largo de su camino el guerrero pensaba en llamar a su hija 'Luz, Nieve, Flor, Cielo'. Y así recorrió grandes distancias y consultó a muchos hombres instruidos, hasta que finalmente encontró al más sabio de los hombres, que le dijo:
- Tras esta montaña encontrarás a un pastor muy sencillo. Acércate a su casa, espera allí y verás lo más valioso del mundo.
Apostado junto a unas rocas, el guerrero esperó el momento fijando su mirada en la entrada de la casa. Al cabo de unos momentos se abrió la puerta y apareció una niña. El guerrero sintió un escalofrío. La pequeña estaba cubierta de lepra.
En unos instantes, tras la curva del camino, se escuchó la voz del pastor llamando a su hija. El guerrero vio cómo padre e hija se abrazaban y cubrían de besos.
Un guerrero miró a su hija recién nacida. Tan hermosa le parecía que no encontraba un nombre apropiado para ella. Todos le sabían a poco. Al fin decidió buscar lo más valioso del mundo y tomarlo como nombre para su primogénita.
Salió muy temprano, cuando aún era oscuro y pensó: 'Podría llamarla Silencio, pues es hermosísimo' pero comenzó el amanecer y el guerrero detuvo sus pasos y dijo: 'No, la llamaré Aurora'.
Decidió caminar unas millas más. El día avanzaba mientras a lo largo de su camino el guerrero pensaba en llamar a su hija 'Luz, Nieve, Flor, Cielo'. Y así recorrió grandes distancias y consultó a muchos hombres instruidos, hasta que finalmente encontró al más sabio de los hombres, que le dijo:
- Tras esta montaña encontrarás a un pastor muy sencillo. Acércate a su casa, espera allí y verás lo más valioso del mundo.
Apostado junto a unas rocas, el guerrero esperó el momento fijando su mirada en la entrada de la casa. Al cabo de unos momentos se abrió la puerta y apareció una niña. El guerrero sintió un escalofrío. La pequeña estaba cubierta de lepra.
En unos instantes, tras la curva del camino, se escuchó la voz del pastor llamando a su hija. El guerrero vio cómo padre e hija se abrazaban y cubrían de besos.
Y así, volviendo a su casa con lágrimas en los ojos, se dijo:
- La llamaré Heoma-nae-sàn ('amor en el dolor').
- La llamaré Heoma-nae-sàn ('amor en el dolor').
Miguel Segura: El nombre mas hermoso
viernes, 18 de febrero de 2011
Juan de Forde

Os conjuro, hijas de Jerusalén,
que si encontráis a mi amado,
le digáis que estoy enferma de amor. (Ct 5,8)
Hace saber al esposo que está enferma de amor.
4. ¿Qué más? Se disparan con tanta frecuencia las saetas aceradas del amor y vibran con tal energía, que el esposo confiesa que la esposa ha herido su corazón, y la esposa, que está enferma de amor, conjura a las muchachas de Jerusalén que le asisten, que anuncien a su amado su enfermedad. Solamente el que causó la herida puede ofrecer una medicina para esa herida. Por eso, quien se digna aplicar su mano medicinal a las demás heridas ¿qué motivos tendrá para no atender una herida tan piadosa, una pasión tan saludable, un dolor tan agudo y una enfermedad tan maravillosa? Si es un don de la gracia infinita que la esposa mereciera desfallecer con una enfermedad tan feliz, ¿cuánto más no será propio de su gracia que el amado socorra a la amada en el lecho del dolor? Además, si el Señor Jesús dice que su nombre significa «el que viene a salvar a todos», y ha manifestado el poder de dicho nombre, ¿con cuánta mayor razón deberá salvar a su única en esta necesidad tan grande?
Como ella está segura de ello le envía un mensaje, no recargado de muchas palabras, sino únicamente con esto: que anuncien al amado que está enferma de amor. A un médico tan extraordinario basta comunicarle la enfermedad y la clase de enfermedad. A un amigo tan entrañable basta indicarle únicamente la dolencia sin pedir la salud. (…) Expone la necesidad, se abstiene momentáneamente de pedir, aunque el deseo de un corazón tan santo resuena en sus oídos más fuerte que cualquier súplica: habla toda esa voluntad compasiva.
Por eso la esposa del Verbo de Dios no cree que deba molestarse en multiplicar los ruegos ante su esposo omnipotente, en el cual existe una capacidad tan poderosa de obtener la salud, que todos languidecen de amor por él.
Juan de Forde: Sermones sobre el Cantar de los Cantares
miércoles, 16 de febrero de 2011
No, no te quieren, no...

No, no te quieren, no.
Tú sí que estás queriendo.
El amor que te sobra
se lo reparten seres
y cosas que tú miras,
que tú tocas, que nunca
tuvieron amor antes.
Cuando dices: «Me quieren
los tigres o las sombras»
es que estuviste en selvas
o en noches, paseando
tu gran ansia de amar:
No sirves para amada;
tú siempre ganarás,
queriendo, al que te quiera.
Amante, amada no.
Y lo que yo te dé,
rendido, aquí, adorándote,
tú misma te lo das:
es tu amor implacable,
sin pareja posible,
que regresa a sí mismo
a través de este cuerpo
mío, transido ya
del recuerdo sin fin,
sin olvido, por siempre,
de que sirvió una vez
para que tú pasaras
por él -aún siento el fuego-
ciega, hacia tu destino.
De que un día entre todos
llegaste
a tu amor por mi amor.
Pedro Salinas: Poemas de amor
domingo, 13 de febrero de 2011
Franny y Zooey

—Quiero preguntarte algo, Franny —dijo de repente. Se volvió de nuevo hacia el escritorio, frunció el ceño y sacudió la bola de cristal—. ¿Qué crees estar haciendo con la Oración de Jesús? —preguntó—. A esto es a lo que quería llegar anoche, antes de que me dijeras que me largase. Hablas de acumular tesoros, dinero, propiedades, cultura, conocimientos, etc., etc. Al recitar la Oración de Jesús, déjame terminar ahora, por favor, al seguir recitando la Oración de Jesús, ¿no estás intentando acumular cierta clase de tesoro? ¿Algo que es tan negociable como todas las otras cosas más materiales? ¿O acaso lo cambia todo el hecho de que sea una oración? Con esto quiero decir, ¿para ti supone una diferencia absoluta el lado en que alguien amontona su tesoro, en este lado o en el otro? ¿En el lado en que no pueden entrar los ladrones, etc.? ¿Es esto lo que cambia todo? Espera un momento, por favor, espera hasta que termine. —Permaneció unos segundos contemplando la pequeña tormenta de nieve de la esfera de cristal-. Hay algo en tu forma de rezar esa oración que me da escalofríos, si quieres que te diga la verdad. Tú crees que mi intención es hacer que dejes de rezarla. No sé si lo es o no, ése es un punto discutible, pero me gustaría mucho que me explicaras cuáles son tus malditos motivos para hacerlo. —Vaciló, pero no el tiempo suficiente para que Franny le interrumpiera—. Por simple lógica, para mí no existe diferencia entre el hombre que codicia tesoros materiales, o incluso tesoros intelectuales, y el hombre que codicia tesoros espirituales. Como tú dices, un tesoro es un tesoro, maldita sea, y me parece que el noventa por ciento de todos los santos de la historia que han odiado el mundo eran tan ambiciosos y poco atractivos, básicamente, como el resto de nosotros.
— ¿Puedo interrumpirte ahora, Zooey?
Zooey soltó el muñeco de nieve y se puso a jugar con un lápiz.
— Sí, sí. Interrumpe.
— Sé todo lo que estás diciendo. No me has dicho ni una cosa que yo no haya pensado. Dices que quiero algo de la Oración de Jesús, lo cual me hace realmente tan ambiciosa, para usar tu misma palabra, como el que quiere un abrigo de martas, o ser famoso, o rebosar de alguna clase de estúpido prestigio. ¡Todo esto ya lo sé! ¡Dios mío! ¿Qué clase de imbécil crees que soy?
J. D. Salinger: Franny y Zooey
lunes, 31 de enero de 2011
Una porquería de película

Cuando acabó la cosa esa de Navidad, empezó una porquería de película. Era tan horrible que no podía apartar la vista de la pantalla. Trataba de un inglés que se llamaba Alec o algo así, y que había estado en la guerra y había perdido la memoria. Cuando sale del hospital, se patea todo Londres cojeando sin tener ni idea de quién es. La verdad es que es duque, pero no lo sabe. Luego conoce a una chica muy hogareña y muy buena que se está subiendo al autobús. El viento le vuela el sombrero y él se lo recoge. Luego va con ella a su casa y se ponen a hablar de Dickens. Es el autor que más les gusta a los dos. Él lleva siempre un ejemplar de Oliver Twist en el bolsillo y ella también. Sólo oírlos hablar ya daba arcadas. Se enamoran en seguida y él la ayuda a administrar una editorial que tiene la chica y que va la mar de mal porque el hermano es un borracho y se gasta toda la pasta. Está muy amargado porque era cirujano antes de ir a la guerra y ahora no puede operar porque tiene los nervios hechos polvo, así que el tío le da a la botella que es un gusto, pero es la mar de ingenioso. El tal Alec escribe un libro y la chica lo publica y se vende como rosquillas. Van a casarse cuando aparece la otra, que se llama Marcia y era novia de Alec antes de que perdiera la memoria. Un día le ve en una librería firmando ejemplares y le reconoce. Le dice que es duque y todo eso, pero él no se lo cree y no quiere ir con ella a ver a su madre ni nada. La madre no ve ni gorda. Luego la otra chica, la buena, le obliga a ir. Es la mar de noble. Pero él no recobra la memoria ni cuando el perro danés se le tira encima a lamerle, ni cuando la madre le pasa los dedazos por toda la cara y le trae el osito de peluche que arrastraba él de pequeño por toda la casa. Al final unos niños que están jugando al crickett le atizan en la cabeza con una pelota. Recupera de golpe la memoria y entonces le da un beso a su madre en la frente y todas esas gilipolleces. Pero entonces empieza a hacer de duque de verdad y se olvida de la buena y de la editorial. Podría contarles el resto de la historia, pero no quiero hacerles vomitar. No crean que me lo callo por no estropearles la película. Sería imposible estropearla más. Pero, bueno, al final Alec y la buena se casan, el borracho se pone bien y opera a la madre de Alec que ve otra vez, y Marcia y él empiezan a gustarse. Terminan todos sentados a la mesa desternillándose de risa porque el perro danés entra con un montón de cachorros. Supongo que es que no sabían que era perra. Sólo les digo que si no quieren vomitar no vayan a verla.
Lo más gracioso es que tenía al lado a una señora que no dejó de llorar en todo el tiempo. Cuanto más cursi se ponía la película, más lagrimones echaba. Pensarán que lloraba porque era muy buena persona, pero yo estaba sentado al lado suyo y les digo que no. Iba con un niño que se pasó las dos horas diciendo que tenía que ir al baño, y ella no le hizo ni caso. Sólo se volvía para decirle que a ver si se callaba y se estaba quieto de una vez. Lo que es ésa, tenía el corazón de una hiena. Todos los que lloran como cosacos con esa imbecilidad de películas suelen ser luego unos cabrones de mucho cuidado. De verdad.
J. D. Salinger: El guardián entre el centeno
miércoles, 19 de enero de 2011
¿Dónde se encuentra el dào?
- ¿Dónde se encuentra el dào?
- En todas partes –contestó Zhuang Zhou.
- Lo entendería si pudiera localizarlo –replicó Dong Kuo.
- El dào se encuentra, por ejemplo en esta hormiga –dijo Zhuang.
- ¿En cosa tan baja?
- También se encuentra en estas yerbas.
- ¿Todavía en algo más bajo?
- Se encuentra en esta teja de barro cocido.
- Eso debe ser lo más bajo en que se encuentra.
- También se encuentra en las heces y en la orina –dijo Zhuang Zhou.
Dong Kuo ya no replicó nada más.
Zhuang Zhou: “Zhuāngzǐ”
viernes, 18 de junio de 2010
Una historia fantástica. El amor contado a los niños

Leer el ebook: http://www.sexologiaenincisex.com/contenidos/cuento/
Ebook con un Cuento para niños basado en el relato de los "seres cortados" de Aristófanes que aparece en «El Banquete» de Platón. Es la historia fantástica de Eros y Sexus, el amor y el sexo. El cuento es bonito y los niños lo entienden a la primera.
Las «Notas» después del relato en realidad no son tales, son otro librito imprescindible, con reflexiones y explicaciones psicológicas y filosóficas para que los adultos entendamos lo que dice el cuento.
Incisex. E. Amezúa y N. Foucart: Una historia fantástica. El amor contado a los niños.
jueves, 17 de junio de 2010
Dur an Ki: Cielo y Tierra

Paralelamente a la creación arcaica en los arquetipos celestes de las ciudades y de los templos, encontramos otra serie de creencias más copiosamente atestiguadas aún por documentos, y que se refieren a la investidura del prestigio del "Centro". El simbolismo arquitectónico del Centro puede formularse así:
a) la Montaña Sagrada -donde se reúnen el Cielo y la Tierra- se halla en el centro del Mundo;
b) todo templo o palacio -y, por extensión, toda ciudad sagrada o residencia real- es una "montaña sagrada", debido a lo cual se transforma en Centro;
c) siendo un Axis mundi, la ciudad o el templo sagrado es considerado como punto de encuentro del Cielo con la Tierra y el Infierno.
Algunos ejemplos ilustrarán los símbolos precedentes:
A) En las creencias hindúes, el monte Meru se levanta en el centro del mundo, y debajo de él brilla la estrella polar. Los pueblos uraloaltaicos conocen también un monte central, Sumeru, en cuya cima está colgada la estrella polar. Según las creencias iranias, la montaña sagrada, Haraberezaiti (Elburz) se halla en medio de la Tierra y está unida al Cielo. Las poblaciones budistas de Laos, en el norte de (Tailandia), Siam, conocen el monte Zinnalo, en el centro del mundo. En el Edda, Himingbjörg es, como su nombre lo indica, una "montaña celeste", es ahí donde el arco iris (Bifröst) alcanza la cúpula de los cielos.
Análogas creencias se encuentran entre los finlandeses, los japoneses, etc. Recordemos que para los semang de la península de Malaca, en el centro del mundo se alza una enorme roca, Batu-Ribn; encima se halla el Infierno. Antaño, sobre Batu-Ribn, un tronco de árbol se elevaba hacia el cielo. El infierno, el centro de la tierra y la "puerta" del cielo se hallan, pues, sobre el mismo eje, y por ese eje se hacía el pasaje de una región cósmica a otra. Se vacilaría en creer en la autenticidad de esta teoría cosmológica entre los pigmeos semang si no hubiese razones para admitir que la misma teoría ya estaba esbozada en la época
prehistórica. En las creencias mesopotámicas, una montaña central reúne el Cielo y la Tierra; es la "Montaña de los Países", que une entre sí los territorios. El ziqqurat era propiamente hablando una montaña cósmica, es decir, una imagen simbólica del Cosmos; los siete pisos representaban los siete cielos planetarios (como en Borsippa) o los siete colores del mundo (como en Ur).
El monte Thabor, en Palestina, podría significar tahbür es decir,"ombligo", omphalos.32 El monte Ge-rizim, en el centro de Palestina,estaba sin duda alguna investido del prestigio del Centro, pues se lo llama "ombligo de la tierra" (tabbúr eres; cf. Jueces, IX, 37:"... Mira qué de gente desciende de en medio de la tierra"). Una tradición recogida por Peter Comestor dice que, en el momento del solsticio de verano, el sol no hace sombra a la "Fuente de Jacob" (cerca de Geri-zim). En efecto, precisa Comestor, sunt qui dicunt lo-cum illumesse umbilicum terrea nostrae habitabilis. La Palestina, por constituir el país más elevado -puesto que estaba cerca de la cima de la montaña cósmica-, no fue sumergida por el Diluvio. Un texto rabínico dice: "La tierra de Israel no fue anegada por el diluvio". Para los cristianos, el Gólgota se hallaba en el centro del mundo, pues era la cima de la montaña cósmica y a un mismo tiempo el lugar donde Adán fue creado
y enterrado. Y así, la sangre del Salvador cae encima del cráneo de Adán, inhumado al pie mismo de la Cruz, y lo rescata." La creencia según la cual el Gólgota se encuentra en el centro del Mundo se ha conservado hasta en el folclore de los cristianos de Oriente (por ejemplo entre los de Rusia Menor).
B) Los nombres de los templos y de las torres sagradas babilónicos son testimonio de su asimilación a la montaña cósmica: "Monte de la Casa", "Casa del Monte de todas las tierras", "Monte de las Tempestades", "Lazos entre el Cielo y la Tierra", etcétera. Un cilindro del tiempo del rey Gudea dice que "la cámara (del dios) que él (el Rey) construyó era igual al monte cósmico". Cada ciudad oriental se hallaba en el centro del mundo. Babilonia era una Bab-ilani, una "puerta de los dioses", pues ahí era donde los dioses bajaban a la tierra. En la capital del soberano chino perfecto, el gnomon no debe hacer sombra el día del solsticio de verano a mediodía. Dicha capital se halla, en efecto, en el
Centro del Universo, cerca del árbol milagroso "Palo enhiesto" (kien mu), donde se entrecruzan las tres zonas cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno. El templo de Barabudur es también una imagen del Cosmos, y está construido como una montaña artificial (como lo eran los ziqqurat). Al escalarlo, el peregrino se acerca al Centro del Mundo y, en la azotea
superior, realiza una ruptura de nivel, trascendiendo el espacio profano, heterogéneo, y penetrando en una "región pura". Las ciudades y los lugares santos están asimilados a las cimas de las montañas cósmicas.
Por eso Jerusalén y Sión no fueron sumergidas por el Diluvio. Por otro lado, según la tradición islámica, el lugar más elevado de la tierra es la Kaaba, porque "la estrella polar testimonia que se halla frente al centro del Cielo".40C) En fin, como consecuencia de su situación en el centro del Cosmos, el templo o la ciudad sagrada son siempre el punto de
encuentro de las tres regiones cósmicas: Cielo, Tierra e Infierno. Dur-an-ki, "lazo entre el Cielo y la Tierra", era el nombre de los santuarios de Nippur, Larsa y sin duda Sippar. Babilonia tenía multitud de nombres, entre los cuales se cuentan: "Casa de la base del Cielo y de la Tierra", "Lazo entre el Cielo y la Tierra". Pero siempre era en Babilonia donde se cumplía el enlace entre la Tierra y las regiones inferiores, pues la ciudad había sido construida sobre bab-apso, la "Puerta de apsu";" apsu designa las aguas del Caos anterior a la Creación. Encontramos esa misma tradición entre los hebreos. La roca de Jerusalén penetraba profundamente en las aguas subterráneas (tehom). En la misma se dice que el Templo se encuentra justo encima de tehom (equivalente hebraico de apsu). Y así como Babilonia tenía la "puerta de apsu", la roca del Templo de Jerusalén cerraba la "boca de tehom".
Mircea Eliade: El mito del eterno retorno
El descenso y la copa

(…) Antes nos gustaría reunir todas las imágenes que vienen a girar alrededor del simbolismo del pez, por un lado, gracias al estudio minucioso que hizo Griaule del papel de un pez Senegalés, el siluro Clarias senegalensis, en los mitos de la fecundidad y la procreación, y, por el otro, gracias al isomorfismo ictiológico puesto de manifiesto por Soustelle en la mitología del antiguo México.
El africanista observa que el pez, y generalmente el pez de especie pequeña, es asimilado a la semilla por excelencia, la de la digitaria. Entre los dogones, el siluro es considerado como un feto: «La matriz de la mujer es como una segunda charca en la que se pone el pez», y durante los últimos meses del embarazo el niño “nada” en el cuerpo de su madre. De aquí proviene un ritual de nutrición del feto por los peces consumidos por la madre. La fecundación también es producto del siluro que “se hace una bola” en el útero de la madre; la “pesca del siluro” es comparada con el acto sexual, donde el marido atrae con su sexo. Por lo tanto, el siluro será asociado a todo ritual de la fecundidad, tanto del nacimiento como del renacimiento funerario: el muerto es vestido con ropas (gorro, mordaza bucal) que simbolizan el pez original. (…) Entre los dogones las mujeres utilizaban antaño las clavículas” del siluro como escarpidores y las pinchaban en su pelo como peinetas; así, la mujer era asimilada en su totalidad a un pez: sus orejas adornadas serían los oídos y las perlas rojas que adornan las aletas de su nariz, los ojos; los anzuelos para atrapar al pez eran simbolizados por el anillo fijado al labio inferior de la mujer.
Entre los antiguos mexicanos, por su parte, Soustelle pone de manifiesto un muy notable isomorfismo polarizado en torno al símbolo del pez. El pez se encuentra en relación con el oeste, a la vez país de los muertos, “puerta del misterio”; pero también “Chalchimichuacán”, “el lugar de los peces de piedra preciosa”, o sea, país de la fecundidad en todas sus formas, “lado de la mujer” por excelencia, de la diosa madre. En Michuacán, en el país de los peces se encuentra Tamoanchán, el Jardín Interior irrigado donde reside Xochiquetzal, la Diosa de las Flores y el Amor.
Gilbert Durand: Las estructuras antropológicas del imaginario
miércoles, 16 de junio de 2010
Con los ojos cerrados...

Con los ojos cerrados,
he abierto una ventana
la leche que ya humea en la cazuela
el vacío caliente que dejas en las sábanas
una mujer que cruza a tientas
y sin reconocerte te acaricia
ignoran
que marchan a tu lado
no saben
que existe una ventana
ni que vuelves
del camino a tu sueño
Esperanza Ortega: Mudanza. 1994
martes, 15 de junio de 2010
De los aduladores

Un buen amigo mío, a quien tengo por hombre juicioso y no de escaso ingenio, suele repetir que cuando alguien empieza a halagar tu vanidad un punto más allá de lo que podría ser considerado razonable; cuando, súbitamente, parece adorarte; considera oportuno todo lo que haces; ingenioso todo lo que dices, y, en suma, no para mientes en ponderar las supuestas virtudes y excelencias que te adornan, no está de más que comiences por preguntarte qué quiere. Yo estoy de acuerdo. Creo que el interés es, no ya el más importante, sino probablemente también el único resorte de la adulación. (...)
En nuestra lengua se define la adulación como «el acto de halagar interesadamente». Lo mismo que hace muchos siglos ya había concluido Teofrasto: «Se podría definir la adulación –-leemos en los Caracteres– como un trato indigno, pero ventajoso para quien lo practica.»
Ahora bien, es importante advertir que la adulación no consiste en un solo vicio o maldad, sino que, por su propia naturaleza, únicamente puede conformarse mediante la colaboración de varios: fingimiento, mentira y deslealtad son algunos de los principales. Se puede, ciertamente, ser desleal sin adular, pero no cabe ser adulador sin incurrir en deslealtad, y otro tanto ocurre con el mentir o el fingir: en su ejercicio no necesitan de la adulación, pero la adulación no sólo los necesita, sino que no puede darse sin ellos. (...)
Acertadamente observaba Quevedo que: «Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada.» Y esto es así, seguramente, porque toda adulación descansa sobre cimientos de envidia y de resentimiento; envidia de lo que el otro posee, y resentimiento por tener que adular para obtener el favor que se desea. El adulador no sólo desprecia a quien adula, sino que se desprecia también a sí mismo por lo que hace («El adulador –decía La Bruyère– nunca piensa bien de sí mismo ni de los demás»). (...)
Catedrático conozco de esta venerable Universidad de Oviedo que tras acceder a tal dignidad académica (mediante el favor, por supuesto: difícilmente lo hubiera logrado de otro modo), no pudo contenerse, y aguijoneado por los efectos de una copiosa comida, regada más que generosamente, exclamó: « ¡Ahora ya no tengo que lamer el culo a nadie!» (Sí, es cierto: además de adulador es tonto)(...). A mi no me extraña que en el infierno de Dante los aduladores tengan su lugar propio en un pozo lleno de excrementos: para quien ha pasado la vida lamiendo culos, qué lugar mejor para pasar la eternidad que un montón de mierda. Con Bacon, me hallo firmemente persuadido de que la adulación es la bajeza más vergonzosa.
Obviamente, resulta prácticamente innecesario subrayar que la adulación es la antítesis de la amistad: en el adulador no hay cariño real ni admiración sincera hacia el adulado, sino más bien (como ya se ha apuntado) envidia y resentimiento. El adulador es un parásito que permanece unido a su víctima mientras ésta le suministra alimento, y cuando la fuente se agota, se apresura a saltar de improviso sobre las espaldas de otro desprevenido. No es, por ello, gran descubrimiento el de Séneca cuando afirma que: «Quien haya sido admitido por utilidad, placerá mientras sea útil (...) Quien comience a ser amigo por conveniencia, acabará de serlo también por conveniencia.» Algo en lo que también insiste Cicerón: «Si el provecho es la causa de la amistad, el provecho la destruirá.» En realidad, la amistad no puede propiamente destruirse, porque la verdad es que nunca existió. Sucede, simplemente, que acabada la utilidad, el adulador muestra su verdadero rostro, se descubre como lo que nunca dejó de ser: un completo miserable.(...)
Mas, ¿qué decir del adulado? Pues que si bien es cierto que nadie está libre de tropezarse con un adulador, ni tampoco de enmarañarse en las sutiles redes de su venenoso canto, no lo es menos que quienes más sensibles resultan al falso halago, siendo, por tanto, más proclives a encontrarse a merced del adulador, son aquellos de natural soberbio y vanidoso. Como dice Espinosa: «El soberbio ama la presencia de los parásitos o aduladores y odia, en cambio, la de los generosos.» Sin dejar de mostrarme de acuerdo, yo opino, sin embargo, que para el adulador es víctima más fácil quien peca de vanidad que de soberbia, porque, después de todo, al vanidoso los halagos recibidos jamás le parecerán exagerados, sino verdad justísima y acertada. Mark Twain lo expresaba irónicamente: «Uno no sabe nunca cómo responder a un cumplido –dice–. Yo los he recibido innumerables veces y siempre me hacen sentirme incómodo..., siempre me quedo con la impresión de que se han quedado cortos». Pero completamente en serio lo dice F. de la Rochefoucauld cuando escribe que: «La adulación es una falsa moneda que sólo circula gracias a nuestra vanidad.» Y mucho antes que él, Cicerón defendía la misma idea, asegurando que: «Aquel que presta más oído a las lisonjas es el mismo que es más dado a halagarse a sí mismo y que más se deleita en su persona.» No estoy, en cambio, tan seguro de que, como afirma Kant, al «orgullo (...) basta adularle para tener, gracias a esta pasión del necio, poder sobre él». Pero en cualquier caso, tenemos que serían tres los temperamentos en los que el adulador encontrará un terreno más favorable para sembrar su ponzoña, aunque yo no dudaría en conceder el primer lugar al vanidoso, frente al soberbio y aún más frente al orgulloso.(...)
Y si me viera forzado a elegir, antes preferiría tener enemigos que aduladores, porque la enemistad no es incompatible con cierta nobleza, pero en la adulación (y en la enemistad nacida frecuentemente de ella) sólo ruindad se encuentra.
Alfonso Fernández Tresguerres: De los aduladores
sábado, 12 de junio de 2010
De los poetas

Desde que conozco mejor el cuerpo - dijo Zaratustra a uno de sus discípulos -el espíritu no es ya para mí más que un modo de expresarse; y todo lo ‘imperecedero’ - es también sólo un símbolo.
Esto ya te lo he oído decir otra vez, respondió el discípulo; y entonces añadiste: ‘mas los poetas mienten demasiado’. ¿Por qué dijiste que los poetas mienten demasiado?
¿Por qué?, dijo Zaratustra. ¿Preguntas por qué? No soy yo de esos a quienes sea lícito preguntarles por su porqué.
¿Es que mi experiencia vital es de ayer? Hace ya mucho tiempo que he vivido las razones de mis opiniones.
¿No tendría yo que ser un tonel de memoria si quisiera tener conmigo también mis razones?
Ya me resulta demasiado incluso el retener mis opiniones; y más de un pájaro se escapa volando.
A veces encuentro también en mi palomar un animal que ha venido volando y que me es extraño, y que tiembla cuando pongo mi mano sobre él.
Sin embargo, ¿qué te dijo en otro tiempo Zaratustra? ¿Que los poetas mienten demasiado? - Más también Zaratustra es un poeta.
¿Crees, pues, que dijo entonces la verdad? ¿Por qué lo crees?
El discípulo respondió: «Yo creo en Zaratustra». Mas Zaratustra movió la cabeza y sonrió.
La fe no me hace bienaventurado, dijo, y mucho menos, la fe en mí.
Pero en el supuesto de que alguien dijera con toda seriedad que los poetas mienten demasiado: tiene razón, -nosotros mentimos demasiado.
Nosotros sabemos también demasiado poco y aprendemos mal: por ello tenemos que mentir.
¿Y quién de entre nosotros los poetas no ha adulterado su propio vino? Más de una venenosa mixtura ha sido fabricada en nuestras bodegas, y más de una cosa indescriptible se ha hecho en ellas.
Y como nosotros sabemos poco, nos gustan mucho los pobres de espíritu, ¡especialmente si son mujeres jóvenes!
Hasta codiciamos las cosas que las viejas se cuentan por las noches. A eso lo llamamos lo eterno-femenino que hay en nosotros.
Y como si hubiese un acceso secreto al saber, que queda obstruido para quienes aprenden algo: así nosotros creemos en el pueblo y en su «sabiduría».
Y todos los poetas creen esto: que quien, tendido en la hierba o en repechos solitarios, aguza los oídos, ése llega a saber algo de las cosas que se encuentran entre el cielo y la tierra.
Y si a ellos llegan delicados movimientos, los poetas opinan siempre que la naturaleza misma se ha enamorado de ellos:
Y que se desliza en sus oídos para decirles cosas secretas y enamoradas lisonjas: ¡de ello se glorían y se envanecen ante todos los mortales!
¡Ay, existen demasiadas cosas entre el cielo y la tierra con las cuales sólo los poetas se han permitido soñar!
Y, sobre todo, por encima del cielo: ¡pues todos los dioses son un símbolo de poetas, un amaño de poetas!
En verdad, siempre somos arrastrados hacía lo alto - es decir, hacia el reino de las nubes: sobre éstas plantamos nuestros multicolores peleles y los llamamos dioses y superhombres:
¡Pues son justamente bastante ligeros para tales sillas! -todos esos dioses y superhombres.
¡Ay, qué cansado estoy de todo lo inaccesible, que debe ser de todos modos acontecimiento! ¡Ay, qué cansado estoy de los poetas!
Cuando Zaratustra dijo esto su discípulo se enojó con él, pero calló. También Zaratustra calló; y sus ojos se habían vuelto hacia dentro, como si mirasen hacia remotas lejanías. Finalmente suspiró y tomó aliento.
Yo soy de hoy y de antes, dijo luego; pero hay algo dentro de mí que es de mañana y de pasado mañana y del futuro.
Me he cansado de los poetas, de los viejos y de los nuevos: superficiales me parecen todos, y mares poco profundos.
No han pensado con suficiente profundidad: por ello su sentimiento no se sumergió hasta llegar a las razones profundas.
Un poco de voluptuosidad y un poco de aburrimiento: eso ha sido la mejor incluso de su reflexiones.
Un soplo y un deslizarse de fantasmas me parecen a mí todos sus arpegios; ¡qué han sabido ellos hasta ahora del ardor de los sonidos!
No son tampoco para mí bastante limpios: todos ellos ensucian sus aguas para hacerlas parecer profundas.
Con gusto representan el papel de conciliadores: ¡mas para mí no pasan de ser mediadores y enredadores, y mitad de esto y mitad de aquello, y gente sucia!
Ay, yo lancé ciertamente mi red en sus mares y quise pescar buenos peces; pero siempre saqué la cabeza de un viejo dios.
El mar proporcionó así una piedra al hambriento. Y ellos mismos proceden sin duda del mar.
Es cierto que en ellos se encuentran perlas: pero tanto más se parecen ellos mismos a crustáceos duros. Y en lugar del alma he encontrado a menudo en ellos légamo salado.
También del mar han aprendido su vanidad: ¿no es el mar el pavo real de los pavos reales?
Incluso ante el más feo de todos los búfalos despliega él su cola, y jamás se cansa de su abanico de encaje hecho de plata y seda.
Ceñudo contempla esto el búfalo, pues su alma prefiere la arena, y más todavía la maleza, y más que ninguna otra cosa, la ciénaga.
¡Qué le importan a él la belleza y el mar y los adornos del pavo real! Ésta es la parábola que yo dedico a los poetas.
¡En verdad, su espíritu es el pavo real de los pavos reales y un mar de vanidad!
Espectadores quiere el espíritu del poeta: ¡aunque tengan que ser búfalos!
Mas yo me he cansado de ese espíritu: y veo venir el día en que también él se cansará de sí mismo.
Transformados he visto ya a los poetas, y con la mirada dirigida contra ellos mismos.
Penitentes del espíritu he visto venir: han surgido de los poetas.
Friedrich Nietzsche: Así hablo Zaratustra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)