sábado, 12 de junio de 2010
De los poetas
Desde que conozco mejor el cuerpo - dijo Zaratustra a uno de sus discípulos -el espíritu no es ya para mí más que un modo de expresarse; y todo lo ‘imperecedero’ - es también sólo un símbolo.
Esto ya te lo he oído decir otra vez, respondió el discípulo; y entonces añadiste: ‘mas los poetas mienten demasiado’. ¿Por qué dijiste que los poetas mienten demasiado?
¿Por qué?, dijo Zaratustra. ¿Preguntas por qué? No soy yo de esos a quienes sea lícito preguntarles por su porqué.
¿Es que mi experiencia vital es de ayer? Hace ya mucho tiempo que he vivido las razones de mis opiniones.
¿No tendría yo que ser un tonel de memoria si quisiera tener conmigo también mis razones?
Ya me resulta demasiado incluso el retener mis opiniones; y más de un pájaro se escapa volando.
A veces encuentro también en mi palomar un animal que ha venido volando y que me es extraño, y que tiembla cuando pongo mi mano sobre él.
Sin embargo, ¿qué te dijo en otro tiempo Zaratustra? ¿Que los poetas mienten demasiado? - Más también Zaratustra es un poeta.
¿Crees, pues, que dijo entonces la verdad? ¿Por qué lo crees?
El discípulo respondió: «Yo creo en Zaratustra». Mas Zaratustra movió la cabeza y sonrió.
La fe no me hace bienaventurado, dijo, y mucho menos, la fe en mí.
Pero en el supuesto de que alguien dijera con toda seriedad que los poetas mienten demasiado: tiene razón, -nosotros mentimos demasiado.
Nosotros sabemos también demasiado poco y aprendemos mal: por ello tenemos que mentir.
¿Y quién de entre nosotros los poetas no ha adulterado su propio vino? Más de una venenosa mixtura ha sido fabricada en nuestras bodegas, y más de una cosa indescriptible se ha hecho en ellas.
Y como nosotros sabemos poco, nos gustan mucho los pobres de espíritu, ¡especialmente si son mujeres jóvenes!
Hasta codiciamos las cosas que las viejas se cuentan por las noches. A eso lo llamamos lo eterno-femenino que hay en nosotros.
Y como si hubiese un acceso secreto al saber, que queda obstruido para quienes aprenden algo: así nosotros creemos en el pueblo y en su «sabiduría».
Y todos los poetas creen esto: que quien, tendido en la hierba o en repechos solitarios, aguza los oídos, ése llega a saber algo de las cosas que se encuentran entre el cielo y la tierra.
Y si a ellos llegan delicados movimientos, los poetas opinan siempre que la naturaleza misma se ha enamorado de ellos:
Y que se desliza en sus oídos para decirles cosas secretas y enamoradas lisonjas: ¡de ello se glorían y se envanecen ante todos los mortales!
¡Ay, existen demasiadas cosas entre el cielo y la tierra con las cuales sólo los poetas se han permitido soñar!
Y, sobre todo, por encima del cielo: ¡pues todos los dioses son un símbolo de poetas, un amaño de poetas!
En verdad, siempre somos arrastrados hacía lo alto - es decir, hacia el reino de las nubes: sobre éstas plantamos nuestros multicolores peleles y los llamamos dioses y superhombres:
¡Pues son justamente bastante ligeros para tales sillas! -todos esos dioses y superhombres.
¡Ay, qué cansado estoy de todo lo inaccesible, que debe ser de todos modos acontecimiento! ¡Ay, qué cansado estoy de los poetas!
Cuando Zaratustra dijo esto su discípulo se enojó con él, pero calló. También Zaratustra calló; y sus ojos se habían vuelto hacia dentro, como si mirasen hacia remotas lejanías. Finalmente suspiró y tomó aliento.
Yo soy de hoy y de antes, dijo luego; pero hay algo dentro de mí que es de mañana y de pasado mañana y del futuro.
Me he cansado de los poetas, de los viejos y de los nuevos: superficiales me parecen todos, y mares poco profundos.
No han pensado con suficiente profundidad: por ello su sentimiento no se sumergió hasta llegar a las razones profundas.
Un poco de voluptuosidad y un poco de aburrimiento: eso ha sido la mejor incluso de su reflexiones.
Un soplo y un deslizarse de fantasmas me parecen a mí todos sus arpegios; ¡qué han sabido ellos hasta ahora del ardor de los sonidos!
No son tampoco para mí bastante limpios: todos ellos ensucian sus aguas para hacerlas parecer profundas.
Con gusto representan el papel de conciliadores: ¡mas para mí no pasan de ser mediadores y enredadores, y mitad de esto y mitad de aquello, y gente sucia!
Ay, yo lancé ciertamente mi red en sus mares y quise pescar buenos peces; pero siempre saqué la cabeza de un viejo dios.
El mar proporcionó así una piedra al hambriento. Y ellos mismos proceden sin duda del mar.
Es cierto que en ellos se encuentran perlas: pero tanto más se parecen ellos mismos a crustáceos duros. Y en lugar del alma he encontrado a menudo en ellos légamo salado.
También del mar han aprendido su vanidad: ¿no es el mar el pavo real de los pavos reales?
Incluso ante el más feo de todos los búfalos despliega él su cola, y jamás se cansa de su abanico de encaje hecho de plata y seda.
Ceñudo contempla esto el búfalo, pues su alma prefiere la arena, y más todavía la maleza, y más que ninguna otra cosa, la ciénaga.
¡Qué le importan a él la belleza y el mar y los adornos del pavo real! Ésta es la parábola que yo dedico a los poetas.
¡En verdad, su espíritu es el pavo real de los pavos reales y un mar de vanidad!
Espectadores quiere el espíritu del poeta: ¡aunque tengan que ser búfalos!
Mas yo me he cansado de ese espíritu: y veo venir el día en que también él se cansará de sí mismo.
Transformados he visto ya a los poetas, y con la mirada dirigida contra ellos mismos.
Penitentes del espíritu he visto venir: han surgido de los poetas.
Friedrich Nietzsche: Así hablo Zaratustra.
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2 comentarios:
Elegante y bella crítica de la "vanitas poetica"...
Nietzsche parodiando a Goethe y dándole caña. Uno de los mejores fragmentos del libro.
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