sábado, 25 de febrero de 2012

Las seis patas del amor de pareja


El amor interpersonal es como un animal de seis patas que para poder andar necesita que cada uno de sus miembros funcione adecuada y coordinadamente. Con una sola de las extremidades dañadas se inmoviliza. Inerte y desanimado, se echa al abandono. Se va acabando, gastando, muriendo por inanición. Esa es la ley intrínseca de una buena relación. Cada uno de los componentes debe estar activo, vivo y "coleando".

Las patas son:

1. El deseo - atracción. Es decir, ganas a raudales por el otro. No adicción enfermiza, sino simple deseo.
Una inclinación a estar con la persona amada, agarrada, besada, tocada, abrazada, sobada; en fin, hacer contacto directo, no virtual. Si hay que hacer mucho esfuerzo para que los atractivos produzcan el acercamiento esperado, la cosa va por mal camino. Cuando el deseo está activo, la explosión de los sentidos ocurre espontáneamente y sin tanta cháchara.

2. El humor - sintonía. No hace falta ser almas gemelas -no existe la clonación espiritual- tener que reírse a coro o andar pegados de un cordón umbilical invisible. Lo que se pretende, sencillamente, es estar del mismo lado en lo fundamental.
Gustos similares, indignaciones parecidas y fascinaciones congruentes. Si alguna vez te encuentras explicándole el chiste a tu pareja, llama a tu abogado. Desgraciadamente el humor no puede enseñarse.

3. La admiración. No hay vuelta de hoja, si no hay admiración no hay amor. Se puede admirar a alguien y no amarlo, pero lo contrario es imposible.
Cuando el reconocimiento por la valía de la persona que supuestamente amamos deja de existir, se pierde la esencia. Todo se desmorona, porque de ahí al desamor hay un paso. Sentir admiración no es hacer un culto a la personalidad (eso se llama sometimiento), sino estar contento y orgulloso de estar emparejado. La admiración no se aprende, se descubre. No se pueden inventar motivos para elogiar: los hay o no los hay.

4. La sensibilidad - compasión por el otro. La indiferencia por la pareja, la mayoría de las veces, es producto de una educación que exalta el egoísmo. De todas maneras, si no duele el dolor de la persona que amamos ni nos alegra su alegría: alerta roja.

5. El respeto. Hay parejas que se han acostumbrado al mal trato y soportan la violencia interpersonal como algo natural y hasta necesario, pero no es así. El irrespeto es inaceptable bajo todo punto de vista y destructivo sin excepción. Si violan los derechos de cualquiera de los integrantes de la relación, la enfermedad afectiva ha hecho mella: se recomienda tratamiento urgente.

6. La comunicación. Hay que hablar. Sin llegar a la verborrea insufrible de los que necesitan discutir y aclarar cosas todo el tiempo, hay que dejar el canal abierto y la antena desplegada.
Las conversaciones con la pareja siempre son recomendables, si no son agresivas. Cuando no hay diálogo, la relación se vuelve muda y sorda, es decir, se acaba.

La experiencia ha mostrado que con los elementos mencionados el afecto se desplaza, avanza, crece y se enriquece. En el momento en que una relación se estanca puede haber una calma aparente y cierta sensación de paz. Sin embargo, la mugre lentamente va depositándose en el fondo hasta ensuciarlo todo.

Extraído de Amores altamente peligrosos, Walter Riso.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Shambhala, la senda sagrada del guerrero


Si uno busca el corazón despierto, si se mete la mano en el pecho en busca de él, no encontrará nada allí, sólo una sensación dolorida. Uno siente algo sensible y tierno, y si abre los ojos al resto del mundo, siente una inmensa tristeza, una tristeza que no viene de haber sido maltratado. Uno no está triste porque alguien le haya insultado ni porque se sienta empobrecido. Esa experiencia de tristeza es, más bien, algo incondicional. Se da porque el corazón está totalmente al descubierto. No hay piel ni tejido que lo cubra; no hay más que la carne viva. Con que un mosquito se pose levemente sobre él, uno se siente afectado. Su vivencia es algo crudo, tierno y tan personal…
El auténtico corazón de la tristeza proviene de que nuestro inexistente corazón está totalmente pleno. Quisiéramos derramar la sangre de nuestro corazón, entregar nuestro corazón a otros. Para el guerrero, esta vivencia del corazón triste y dolorido es lo que genera la intrepidez. Habitualmente, ser intrépido significa no tener miedo, o que si alguien lo golpea, uno le devuelve el golpe. Sin embargo, no estamos hablando de ese nivel de intrepidez, el de la riña callejera. La verdadera intrepidez es producto de la ternura. Proviene de dejar que el mundo roce ligeramente nuestro corazón, nuestro corazón bello y palpitante. Estamos dispuestos a abrirnos, sin resistencia ni timidez, para afrontar el mundo. Estamos dispuestos a compartir nuestro corazón con los demás.

Chögyam Trungpa, Shambhala, la senda sagrada del guerrero


sábado, 24 de diciembre de 2011

El misterio de la Navidad


Nos apercibimos a celebrar la Navidad, queridos amigos míos, pero contentarnos con festejos aderezados con chocolate no seria una buena manera de celebrarla. Las fiestas son esos grandes momentos de suspensión que nos aguardan en las encrucijadas, en los puntos cardinales del año. Las fiestas son misterios. Los misterios no son algo que no debamos intentar comprender: por el contrario, tenernos el deber de reflexionar y meditar acerca de ellos.

La Navidad es la fiesta de la Encarnación, o sea el descendimiento de lo más alto a lo más bajo. El signo de un trastrocamiento eterno y secreto.

Ya hemos hablado de los Pastores y de los Magos; ya hemos dicho por qué, únicos entre los humanos, conocieron el gran misterio, el misterio oculto a los hombres de dinero, oculto a los hombres del saber, oculto a los hombres del deber, oculto a los hombres de poder, oculto en el lugar más oculto, oculto en el hueco del invierno, oculto en el fondo de la noche, oculto en el fondo de la tierra, en una gruta.

No hemos hablado de la gruta, no hemos hablado del pesebre y de la paja, no hemos hablado de la Virgen, no hemos hablado del Niño, no hemos hablado del buey y del asno, testigos inconscientes, pero no insignificantes, iniciados en el corazón del hecho. Empecemos por ellos, por esas dos bestias que los imagineros nunca olvidan, aunque no las cite el Evangelio.

El asno y el buey son la humanidad ignorante y laboriosa, la que prepara el gran acontecimiento; es la fatiga y el dolor en la gran masa humana, en la masa sin rostro. Por eso esta humanidad no se presenta con figura de hombre, sino con hocico de bestia. Y con su aliento humeante da calor al niño desnudo.

La gruta, la entrada de la gruta, es la introducción al Misterio. La gruta está en el interior del monte y el monte es el impulso de la tierra hacia el cielo. La gruta es el reverso del monte, el alma de ese cuerpo. Y si el monte es la altura, la gruta es la profundidad. Los santuarios más antiguos de la humanidad son, en verdad, grutas. Los lugares más santos de la India son, aún hoy, las Cuevas del Himalaya. Los templos hindúes son imágenes geométricas del monte. La gruta de Lourdes es la última consagrada, pero tiene tras sí una larga ascendencia. Las grutas eran los lugares escogidos para los misterios antiguos, que se desarrollaban en torno del grano de trigo y del fruto de la vid. Los laberintos de Egipto eran grutas geometrizadas. La gruta es el vientre y la vulva de la tierra, el lugar de las concepciones.

La gruta es, pues, una introducción al misterio de la Virgen Madre. La importancia cada vez mayor de este culto en la Iglesia desagradó a algunos cristianos, que vieron en él una reminiscencia pagana. La crítica profana ha reabierto en nuestros días ese proceso y, según parece, ha dado con la identidad del personaje; la joven de Nazaret llamada María creció para después borrarse al punto de confundirse con la Gran Madre adorada en Creta, con la Afrodita de Chipre, con Ceres, con Isis, con la Kali de los hindúes. Y ha vuelto a encontrársela en el fondo de los Hipogeos egipcios, con su divino hijo en el regazo, y ha vuelto a encontrársela en la China y el Japón... Más aún, se ha descubierto que las vírgenes negras de los santuarios más frecuentados por la cristiandad podrían ser muy bien estatuas druídicas bautizadas. El color negro, de acuerdo con la simbología tradicional, evidentemente representa en ellas la tierra, así como el verde de las túnicas que las cubre es imagen de la vegetación.

¿Habrá que repudiar esas analogías con horror puritano o, por el contrario, aceptarlas con poética indulgencia? Creo que lo fundamental es mostrarnos rigurosos en cuanto a las distinciones esenciales. Por lo demás, la Santísima Virgen no es en modo alguno una diosa: no la adoramos, sino que adoramos a Dios en ella. Por alto que sea su lugar en la jerarquía celeste, no está incluida en la Trinidad, que es la suprema intimidad divina. Y no pierde su condición de mujer. Como mujer es simbólicamente mucho menos que una diosa. Pero concretamente es mucho más, puesto que es, mientras que las diosas no son. Y asimismo es la puerta por la cual entró Dios en este mundo.

No es posible decir que se trata de un mero objeto propuesto a un movimiento de piedad milenario y por lo general humano. Es preciso admitir que la realidad de este objeto, y sin duda la vida y la santa voluntad que en él residen, transmutaron activamente la índole de esa piedad y mudaron su dirección.

La Virgen no es, como las diosas, una personificación del Amor, del Poder y de la Gloria, sino la encarnación de la pureza en el Amor, de la delicadeza en el Poder y de la humildad en la Gloria. Es, por lo tanto, un filtro y la plegaria se purifica al pasar por él. La Virgen es el espejo de justicia que no podemos contemplar sin que nos lleve hasta nosotros mismos. Pues no hemos de encontrarla en el cielo exterior v remoto, pero sí en la sombra del corazón, en el secreto de nuestra humanidad, Arca de la Alianza, torre de marfil, morada de oro, causa de nuestras delicias, ánfora espiritual, alma nuestra.

En cuanto al Niño, no es tan sólo niño y santo, sino también Dios. Es, sin embargo, un niño desnudo, un niño pobre, un niño nacido fuera de su casa, un niño que no tiene siquiera lo que tiene el hijo del campesino el día de su nacimiento: una cuna. Está tendido en el pesebre, entre el oro pobre de la paja. Y qué pobre es, en verdad, el oro de la paja; es la materia más seca, más muerta, más común, y a pesar de ello tiene el aspecto de la cosa más preciosa. El pesebre, con el Niño en el centro, es una reducción, una imagen, un trastrocamiento del sol encendido en el hueco de la tierra helada. El niño irradia entre la paja... Oh, no brilla con luz deslumbrante, sino con una luz filtrada, trémula como la de una bujía. Y la bujía debe protegerse entre las manos para que no la apague una corriente de aire. Tal es la nueva imagen de Dios, la imagen absolutamente nueva del Todopoderoso; tal es la inversión y el escándalo, la locura para los paganos de antaño y los paganos de hoy. Porque está inerme y necesitado; porque está desnudo y escondido; porque podríamos aplastarlo de un puñetazo, acudimos y nos arrodillamos frente a Él. Y por eso nos atrae con seducción tan intensa; por eso nos arrebata desde dentro como el anzuelo en la boca del pez.

No fue así como Dios se presentó por vez primera a los hombres. Al comienzo se presentó con la imagen ruidosa del Trueno, con la imagen brillante del Sol. Terrible, y destructor, y hasta incomprensiblemente cruel en ocasiones, mas poderoso. Era el Dios Viviente, el Señor de los Ejércitos. Y así permanece: es el Todopoderoso, el Padre Eterno, el Rey del Cielo, el creador del Cielo y de la Tierra, el creador del Cielo y del Infierno, el que viene de la Muerte y acude en el Juicio, el que pasa en el fuego y las plagas, el que destrozará a los reyes como vasos, el que golpeará a los fuertes con su vara de hierro, el que romperá los cuellos erguidos, el que sondea los corazones, el que nadie consigue rehuir, el que hace su voluntad sin dignarse explicárnosla. Aún permanece en la eternidad el Dios terrible y celoso, el Dios que nos quiere enteramente y nos ama hasta la muerte, el Dios que es como un fuego devorador. Pero súbitamente se nos muestra con otra forma, y de exterior, celeste y solar, tórnase terrestre, interior, tierno, hasta débil. De modo que nos arrebata desde lo alto y nos toma desde abajo. Para adorarlo tendremos, pues, que trastrocar el orden de nuestros sentimientos, invertir la escala de los valores y el sentido de nuestro amor. La Navidad abre nuevas perspectivas, crea nuevas dimensiones para que, según dice san Pablo, "Conozcamos la altura, la anchura, la longitud y la profundidad de nuestro amor". Es un amor nuevo que ignoran los paganos este amor revelado en el Misterio de este Nacimiento. Un amor que nos llama a un segundo nacimiento, a un nacimiento celeste en la carne, en el tiempo, en el siglo, en este mismo corazón nuestro y en este cuerpo de siempre; nos llama a nacer, a renacer nosotros mismos.

El Misterio de la Pascua es el de la resurrección en el otro mundo, pero el Misterio de la Navidad es el de nuestro segundo nacimiento en este mundo, el de la entrada al Reino de los Cielos que está en nuestros corazones, el de la introducción al conocimiento del Cristo que está en nosotros y que es nosotros mismos: "Ese Otro que es, en nosotros, mas nosotros mismos que nosotros" (Paul Claudel)

Lanza del Vasto: Comentario del Evangelio, el Misterio de la Navidad (18 de diciembre de 1947. Calle Saint-Paul)

lunes, 15 de agosto de 2011

Los Diez Toros del Zen



1. La Búsqueda del Toro.

Recorro interminablemente los pastos de este mundo en busca del toro.
Atravieso innumerables ríos, perdido en impenetrables perfiles de distantes montañas.
Fallece mi fortaleza y se agota mi vitalidad, no encuentro el toro.
En la noche sólo oigo el chirriar de las cigarras a través del bosque.

Comentario:

El toro nunca se ha perdido. ¿Qué necesidad hay de buscar?
Sólo a causa de la separación de mi verdadera naturaleza, fracaso en encontrarlo.
En la turbación de mis sentidos pierdo incluso mi camino.
Lejos de mi hogar, veo muchas encrucijadas, pero desconozco el verdadero sendero que me lleve a mi casa.
Me enzarzo entre la concupiscencia y el temor, la bondad y la maldad.


2. Descubrir sus Huellas.

!Junto a la ribera bajo unos árboles, descubro huellas!
Incluso sobre el fragante pasto veo sus pisadas.
Están en lo profundo de las montañas remotas.
Este rastro no puede ocultarse a ninguna nariz que apunte al cielo.

Comentario:

Comprensión de la enseñanza, veo las huellas del toro.
Ahora aprendo que, así como de un metal se forjan muchos utensilios, de mi mismo surgen miríadas de paisajes.
A menos que yo discrimine, ¿cómo diferenciaré lo cierto de lo falso?
Aún no he atravesado la puerta, pero he intuido el camino.


3. Encontrar al Toro.

Oigo la canción del ruiseñor.
El sol es cálido, la brisa suave, los sauces verdean a lo largo de la ribera,
¡Aquí ningún toro puede ocultarse!
¿Qué artista podría dibujar tan soberbia cabeza, cornamenta tan majestuosa?

Comentario:

Al oír la voz, podemos sentir su fuente.
Tan pronto como emergen los seis sentidos, atravesamos la puerta.
¡Dondequiera que uno entre, uno ve la cabeza del toro!
Esta unidad es como la sal en el agua, como el color en los tintes.
Lo más sutil no está separado de mi mismidad.


4. Apresar al Toro

Lo apreso con feroz lucha.
Su gran poder y voluntad son inagotables.
Desde la colina embiste a la inalcanzable nube lejana,
O permanece en un barranco impenetrable.

Comentario:

¡Permaneció mucho tiempo en el bosque, pero hoy lo he apresado!
La bravura de la lucha interrumpe su camino.
El toro ya está lejos de su anhelado pasto verde.
Su mente todavía es terca y sin freno.
Mi deseo de someterle me obliga a alzar el látigo.


5. La doma del Toro

Preciso el látigo y la soga,
De lo contrario, se escaparía por caminos polvorientos.
Si está bien domesticado, llega a ser dócil con naturalidad.
Entonces, sin herraduras, obedecerá a su dueño.

Comentario:

Cuando aflora un pensamiento, otro le sucede.
Cuando el primer pensamiento brota desde el despertar, cuantos le siguen son verdaderos.
A través de la ilusión, se convierte todo en falsedad. La ilusión no está producida por la objetividad; es el resultado de la subjetividad.
Amárralo fuerte por el anillo de la nariz y no dudes ni un instante.


6. Montándolo hasta casa.

Monto el toro, lentamente regreso a casa.
El son de mi flauta endulza la tarde.
Marco con palmas la armonía que me acompaña, y dirijo el ritmo eterno.
Quien oiga esta melodía se unirá a mí.

Comentario:

La lucha ha terminado, se han equilibrado pérdida y ganancia.
Canto la canción del leñador de la aldea, y entono melodías infantiles.
A horcajadas sobre el toro, contemplo las nubes en el cielo.
Recorro mi camino, sin importarme quien desde atrás me llame.


7. Trascendiendo al Toro.

A horcajadas sobre el toro, llego a mi hogar.
Estoy sereno.
El toro también puede reposar.
Empieza a amanecer.
En el plácido descanso, bajo el techo de mi morada, abandono el látigo y la soga.

Comentario:

Todo sigue una ley, no dos.
Únicamente nosotros hacemos del toro una realidad temporal.
Es como la relación entre el conejo y la trampa, los peces y la red.
Es como el oro y la merma, o la luna que aparece tras la nube.
Una sucesión de viajes fugaces y arduos a través de un tiempo interminable.


8. Ambos, el toro y mi mismidad, trascienden

Látigo, soga, mismidad, y toro, todo llega a "no-ser".
Este cielo tiene tal amplitud que ningún término puede abarcarlo.
¿Cómo puede existir un copo de nieve en un fuego ardiente?
Aquí hay huellas de patriarcas.

Comentario:

La mediocridad ha desaparecido.
Mente libre de limitación.
No busco ningún estado de iluminación.
Tampoco hago nada, permanezco donde no existe ninguna iluminación.
Desde que deambulo sin condición alguna, las miradas no me pueden ver.
Aunque mil pájaros alfombraran con flores mi camino, la alabanza no tendría sentido alguno.


9. Alcanzar la Fuente.

Demasiados pasos se han dado para regresar a la raíz y la fuente.
!Mejor hubiera sido sordo y ciego desde el inicio!
Morar en la propia intimidad, indiferente a lo de fuera.
Las aguas del río fluyen plácidas y las flores son rojas.

Comentario:

La verdad es clara desde el inicio.
Equilibrado por el silencio, observo la producción y desintegración de formas.
Quien no está vinculado a las "formas", no precisa ser "re-formado".
El agua es esmeralda, la montaña es añil, y observo la generación y la descomposición.


10. En el Mundo.

Descalzo y con el pecho al descubierto, me mezclo con la muchedumbre.
Mis ropas son andrajosas y polvorientas, y siempre mantengo la placidez.
No uso magia alguna para prolongar mi vida;
Ahora, ante mí, los árboles muertos aparecen vivos.

Comentario:

Adentro, tras mi puerta, mil sabios no me reconocen.
La belleza de mi jardín es invisible.
¿Por qué debe uno buscar las huellas de los patriarcas?
Voy al mercado con mi odre de vino y regreso a casa con mi báculo.
Visito la bodega y el mercado, sobre quienes poso mi mirada, se convierten en despiertos.

Kokuan: Los Diez Toros del Zen.


domingo, 10 de julio de 2011

Mujeres que corren con los lobos



El demonio es un bandido arquetípico que necesita, busca y aspira a la luz. Teóricamente, si alcanzara la luz —es decir, una vida con posibilidad de amor y creatividad—, el demonio dejaría de ser el demonio.
En este cuento el demonio está presente porque se siente atraído por la dulce luz de la joven. Su luz no es una luz cualquiera, sino la luz de un alma virgen atrapada en un estado de sonambulismo. Oh, qué bocado tan sabroso. Su luz resplandece con conmovedora belleza, pero ella ignora su valor. Semejante luz, que puede ser el fulgor de la vida creativa de una mujer, su alma salvaje, su belleza física, su inteligencia o su generosidad, siempre atrae al depredador. Esta luz que tampoco se da cuenta de nada y no está protegida, es siempre el objetivo.
Una vez trabajé con una mujer de la que todos se aprovechaban, su marido, los hijos, su madre, su padre o los desconocidos. Tenía cuarenta años y aún se encontraba en esta fase del trato/traición de su desarrollo interior. Por su dulzura, su cordial y cariñoso tono de voz, sus modales exquisitos, no sólo atraía a los que le quitaban una pavesa, sino a toda una ingente multitud que se reunía delante del fuego de su alma y le impedía recibir calor.
El trato desventajoso que había hecho consistía en no decir nunca que no para ganarse el afecto de los demás. El depredador de su psique le ofreció el oro de ser apreciada a cambio de perder el instinto que le decía: “Ya basta.” Comprendió plenamente el daño que ella misma se estaba haciendo cuando una vez soñó que se encontraba a gatas en medio de un inmenso gentío, tratando de alargar la mano entre un bosque de piernas para alcanzar una valiosa corona que alguien había arrojado a un rincón.
La capa instintiva de la psique le estaba diciendo que había perdido la soberanía sobre su vida y que, para recuperarla, tendría que hacer un enorme esfuerzo. Para recobrar su corona, aquella mujer tuvo que efectuar una nueva valoración de su tiempo, su capacidad de entrega y las atenciones que dedicaba a los demás.
El manzano florido del cuento simboliza un bello aspecto de las mujeres, la faceta de nuestra naturaleza que hunde sus raíces en el mundo de la Madre Salvaje, donde recibe el alimento desde abajo. El árbol es el símbolo arquetípico de la individuación; se considera inmortal, pues sus semillas siguen viviendo, su sistema de raíces ofrece cobijo y revitaliza y es la sede de toda una cadena alimentaria de vida.

Clarissa Pinkola Estés: Mujeres que corren con los lobos. Capítulo 14, La selva subterránea: La iniciación en la selva subterránea.

Facundo Cabral

lunes, 4 de julio de 2011

Rubaiyat


30. Si bien aprendí multitud de cosas, también olvidé muchas otras de buena gana. Tenía un lugar en mi cabeza para cada cosa: lo que estaba a la izquierda no podía hallarse a la derecha. Sólo alcancé la paz definitiva el día en que abandoné todo con desprecio y pude comprender, al fin, que no se puede afirmar ni negar nada.


Omar Khayyam: Rubaiyat

miércoles, 29 de junio de 2011

Edgar Allan Poe



¿Deseas que te amen? No pierdas, pues,
el rumbo de tu corazón.
Sólo aquello que eres has de ser
y aquello que no eres, no.
Así, en el mundo, tu modo sutil,
tu gracia, tu bellísimo ser,
serán objeto de elogio sin fin
y el amor… un sencillo deber.

Edgar Allan Poe: ¿Deseas que te amen?

martes, 28 de junio de 2011

Roberto Juarroz


Desconocer que el río es una espada
y que las cosas sueñan sueños propios
es ignorar que aquí,
junto a nuestra mirada,
existe otra:
la mirada recóndita del mundo.

Cuando se la descubre,
la vida se da vuelta como un guante
que devuelve la mano que encerraba
y el tacto liberado
toca por vez primera cuanto existe.

La realidad es un tiempo doblado
que es preciso desdoblar como una tela
de singular delicadeza
para encontrar adentro
otra mano que aguarda.


Roberto Juarroz: Poema Décimotercera Poesía Vertical (41)

lunes, 27 de junio de 2011

Asâdh (Junio-Julio)


En Asâdh el sol abrasa los cielos
y la tierra arde como un horno.
Las aguas entregan sus vapores al calor implacable;
así el país no deja de cumplir su destino.

El carruaje del sol
se alza en las cumbres de las montañas;
el cicada canta en el claro del bosque
mientras las sombras ocupan la tierra.

Mi Amado es como la brisa del atardecer;
mi vida y su fin
dependen de la voluntad del Señor.
Oh Nanak,
a Él entrego mi alma.

Guru Nanak

viernes, 3 de junio de 2011

Patti Hearst



Patti era una niña de papá. Como prácticamente todas y todos los niños de papá y de mamá, en el mal sentido de la palabra. Ser un niño así supone que tus progenitores no te ven ni te tratan como un ser humano igual a ellos, sino que lo hacen como si fueras un objeto cuya única función y cuyo único sentido es proyectarlos en el mundo de la manera más satisfactoria para su egos.

Patti no sabía quién era porque nunca se había visto con sus ojos, nunca se lo habían permitido. Sólo lo había hecho a través de los ojos de los demás. Como un perro atado a una corta cadena día y noche, lo único propio que tenía era su rabia. No se amaba, porque para amar, para amarse, debe haber una relación, un re-conocimiento. No amaba a nadie porque ella no era nadie o, sencillamente, ella no estaba allí. Y eso no se lo podía perdonar ni a sí misma ni a sus padres. Su síndrome de Estocolmo no empezó cuando fue secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación (SLA), sino cuando nació.

Aquel cuatro de febrero de 1.974 me hubiera gustado decirle a Patti que nunca es culpa de un niño lo que hace un adulto. Que no se tratase tan duramente, que la niña que fue, no lo merecía ni lo merece. Ningún niño lo merece. Que fuera a buscar a esa niña, la tomara de la mano y le dijera que ya había pasado todo. Que ella estaba allí para cuidarla, para apartar todas las pesadillas y todos los miedos. Para no permitir que nadie le volviera a hacer lo mismo. Le diría a Patti que hoy podía empezar a ser la adulta que le hubiese gustado cuidara de la niña que un día fue. Y para estar definitivamente en paz, que pensara en sus padres como los niños que también fueron, y los adultos en los que se habían convertido. Esos adultos que no pudieron o no supieron amarla a ella, a quien ella era, a quien ella es. Que los perdonase. Sencillamente, que los amase lo suficiente para devolverles todo lo que era de ellos, con lo que ella cargaba sin pertenecerle. Como todos, ellos son responsables de su vida, ellos son los que deben resolverla; y si les alcanzase la muerte sin haberlo hecho, igualmente es su responsabilidad, igualmente ellos son ellos y uno debe ser uno mismo, porque si no ¿quién lo será? Es la única forma en la que declinaremos la invitación a reproducir el siniestro baile en el círculo infernal.

Dejemos definitivamente que los muertos entierren a los muertos y vivamos la vida. La única que tenemos, la nuestra.

A. G.