El amor interpersonal es como un animal de seis patas que para poder andar necesita que cada uno de sus miembros funcione adecuada y coordinadamente. Con una sola de las extremidades dañadas se inmoviliza. Inerte y desanimado, se echa al abandono. Se va acabando, gastando, muriendo por inanición. Esa es la ley intrínseca de una buena relación. Cada uno de los componentes debe estar activo, vivo y "coleando".
Las patas son:
1. El deseo - atracción. Es decir, ganas a raudales por el otro. No adicción enfermiza, sino simple deseo.
Una inclinación a estar con la persona amada, agarrada, besada, tocada, abrazada, sobada; en fin, hacer contacto directo, no virtual. Si hay que hacer mucho esfuerzo para que los atractivos produzcan el acercamiento esperado, la cosa va por mal camino. Cuando el deseo está activo, la explosión de los sentidos ocurre espontáneamente y sin tanta cháchara.
2. El humor - sintonía. No hace falta ser almas gemelas -no existe la clonación espiritual- tener que reírse a coro o andar pegados de un cordón umbilical invisible. Lo que se pretende, sencillamente, es estar del mismo lado en lo fundamental.
Gustos similares, indignaciones parecidas y fascinaciones congruentes. Si alguna vez te encuentras explicándole el chiste a tu pareja, llama a tu abogado. Desgraciadamente el humor no puede enseñarse.
3. La admiración. No hay vuelta de hoja, si no hay admiración no hay amor. Se puede admirar a alguien y no amarlo, pero lo contrario es imposible.
Cuando el reconocimiento por la valía de la persona que supuestamente amamos deja de existir, se pierde la esencia. Todo se desmorona, porque de ahí al desamor hay un paso. Sentir admiración no es hacer un culto a la personalidad (eso se llama sometimiento), sino estar contento y orgulloso de estar emparejado. La admiración no se aprende, se descubre. No se pueden inventar motivos para elogiar: los hay o no los hay.
4. La sensibilidad - compasión por el otro. La indiferencia por la pareja, la mayoría de las veces, es producto de una educación que exalta el egoísmo. De todas maneras, si no duele el dolor de la persona que amamos ni nos alegra su alegría: alerta roja.
5. El respeto. Hay parejas que se han acostumbrado al mal trato y soportan la violencia interpersonal como algo natural y hasta necesario, pero no es así. El irrespeto es inaceptable bajo todo punto de vista y destructivo sin excepción. Si violan los derechos de cualquiera de los integrantes de la relación, la enfermedad afectiva ha hecho mella: se recomienda tratamiento urgente.
6. La comunicación. Hay que hablar. Sin llegar a la verborrea insufrible de los que necesitan discutir y aclarar cosas todo el tiempo, hay que dejar el canal abierto y la antena desplegada.
Las conversaciones con la pareja siempre son recomendables, si no son agresivas. Cuando no hay diálogo, la relación se vuelve muda y sorda, es decir, se acaba.
La experiencia ha mostrado que con los elementos mencionados el afecto se desplaza, avanza, crece y se enriquece. En el momento en que una relación se estanca puede haber una calma aparente y cierta sensación de paz. Sin embargo, la mugre lentamente va depositándose en el fondo hasta ensuciarlo todo.
Extraído de Amores altamente peligrosos, Walter Riso.
Las patas son:
1. El deseo - atracción. Es decir, ganas a raudales por el otro. No adicción enfermiza, sino simple deseo.
Una inclinación a estar con la persona amada, agarrada, besada, tocada, abrazada, sobada; en fin, hacer contacto directo, no virtual. Si hay que hacer mucho esfuerzo para que los atractivos produzcan el acercamiento esperado, la cosa va por mal camino. Cuando el deseo está activo, la explosión de los sentidos ocurre espontáneamente y sin tanta cháchara.
2. El humor - sintonía. No hace falta ser almas gemelas -no existe la clonación espiritual- tener que reírse a coro o andar pegados de un cordón umbilical invisible. Lo que se pretende, sencillamente, es estar del mismo lado en lo fundamental.
Gustos similares, indignaciones parecidas y fascinaciones congruentes. Si alguna vez te encuentras explicándole el chiste a tu pareja, llama a tu abogado. Desgraciadamente el humor no puede enseñarse.
3. La admiración. No hay vuelta de hoja, si no hay admiración no hay amor. Se puede admirar a alguien y no amarlo, pero lo contrario es imposible.
Cuando el reconocimiento por la valía de la persona que supuestamente amamos deja de existir, se pierde la esencia. Todo se desmorona, porque de ahí al desamor hay un paso. Sentir admiración no es hacer un culto a la personalidad (eso se llama sometimiento), sino estar contento y orgulloso de estar emparejado. La admiración no se aprende, se descubre. No se pueden inventar motivos para elogiar: los hay o no los hay.
4. La sensibilidad - compasión por el otro. La indiferencia por la pareja, la mayoría de las veces, es producto de una educación que exalta el egoísmo. De todas maneras, si no duele el dolor de la persona que amamos ni nos alegra su alegría: alerta roja.
5. El respeto. Hay parejas que se han acostumbrado al mal trato y soportan la violencia interpersonal como algo natural y hasta necesario, pero no es así. El irrespeto es inaceptable bajo todo punto de vista y destructivo sin excepción. Si violan los derechos de cualquiera de los integrantes de la relación, la enfermedad afectiva ha hecho mella: se recomienda tratamiento urgente.
6. La comunicación. Hay que hablar. Sin llegar a la verborrea insufrible de los que necesitan discutir y aclarar cosas todo el tiempo, hay que dejar el canal abierto y la antena desplegada.
Las conversaciones con la pareja siempre son recomendables, si no son agresivas. Cuando no hay diálogo, la relación se vuelve muda y sorda, es decir, se acaba.
La experiencia ha mostrado que con los elementos mencionados el afecto se desplaza, avanza, crece y se enriquece. En el momento en que una relación se estanca puede haber una calma aparente y cierta sensación de paz. Sin embargo, la mugre lentamente va depositándose en el fondo hasta ensuciarlo todo.
Extraído de Amores altamente peligrosos, Walter Riso.